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cortésmente me aseguró por carta que, una vez
recibidos los libros, procuraría hacer un
diligente examen de este delicado e importantísimo
asunto.
El primero de estos libros, con el n.° 269,
impreso en Turín en 1877 lleva al final estas
palabras: Con permiso de la Autoridad
eclesiástica. Este ((**It14.796**))
permiso consistía únicamente en que el padre
Saraceno, de la Congregación de San Felipe Neri,
que examinó el libro, había declarado que no
encontraba en él nada que impidiera su
publicación. Pero, ni el Arzobispo, ni el Vicario
General, ni ningún Oficial de la Curia había
concedido, con su firma, licencia para imprimir el
libro.
El segundo, con el n.° 293, aparece impreso en
Sampierdarena y tiene al final las palabras: Con
licencia de la Autoridad eclesiástica.
El tercero, con el n.° 317, aparece impreso en
Sampierdarena en 1879, y tiene Permiso de
impresión del Vicario General de Génova.
Cada uno de estos tres libros lleva impresa la
Protesta, conforme a los decretos de Urbano VIII.
Todos estos libros se difunden por millares de
ejemplares como se difundieron anteriormente en
Piamonte.
Repetidas veces invité por carta a don Bosco a
presentarme documentos que demuestren la verdad,
por lo menos de algunas de dichas narraciones;
contestó una sola vez de una manera vaga, pero no
respondió nunca a mi petición. Mi Curia está
dispuesta a examinar estos hechos según las reglas
canónicas, como se hizo en tiempos anteriores en
diversas ocasiones; en cambio ahora los que
refieren estos prodigios rehúsan el examen.
Ahora bien, el que, sin el mínimo
consentimiento de la Autoridad de la Santa Sede o
de la Autoridad eclesiástica del lugar, donde se
dice han sucedido estos hechos, precisamente en
los días presentes, se publiquen éstos a los
cuatro vientos por sacerdotes que carecen de toda
autoridad en asunto tan importante, me parece una
violación pública de las reglas establecidas por
el Sacro Concilio de Trento, un exponer la fe a la
mofa de los incrédulos y una pública ofensa a la
autoridad del Arzobispo.
Y, comenzando por esta última, habiendo el
Arzobispo declarado a los Salesianos que él no
daría su asentimiento a la publicación de
narraciones de gracias prodigiosas obradas al
presente en su diócesis, sin antes haberlas
examinado y hallado auténticas, y habiendo el
mismo Arzobispo publicado en el Calendario
litúrgico los decretos del Concilio de Trento y
las prescripciones de Benedicto XIV a este
propósito, el que sacerdotes diocesanos, como son
los Salesianos, encargados de la iglesia de María
Auxiliadora en Turín, manden imprimir en otro
lugar semejantes narraciones y las difundan en la
diócesis de Turín, es una oposición pública que
hacen al Arzobispo y un mal ejemplo para todos los
diocesanos, eclesiásticos y seglares; y esto
especialmente en un asunto tan grave, que el
Concilio de Trento ha encomendado a la Autoridad
diocesana. >>Qué dirán después los incrédulos,
cuyo número aumenta hoy día continuamente, al ver
difundida con tanta ligereza la narración de
tantas gracias prodigiosas; y la gente creerlas
tan fácilmente, y acudir grandes muchedumbres a la
iglesia de María Auxiliadora y llevar a ella con
tanta abundancia dinero y preciosos donativos?
Dirán lo que efectivamente andan diciendo y
publican en sus periódicos y en sus ((**It14.797**))
libros: a saber, que el vulgo siempre se ha
tragado lo que le ponen delante; y que si,
rodeados como estamos por todas partes del
esplendor de tantas luces de progreso, la Iglesia
deja que se difundan noticias de gracias
milagrosas, sin previo examen, a cualquiera que se
le antoje y tenga interés en ello, peor tiene que
haber sido todavía en tiempos antiguos; y que, por
tanto, no hay fundamento alguno para creer
razonablemente en la existencia de los milagros.
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