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el comandante Lambertini se deshizo en atenciones
con él, besóle una y otra vez la mano, consideróse
muy feliz por verlo y conocerlo y le dio su nombre
para ser inscrito como cooperador salesiano.
íY cuántas invitaciones a comer! El 17 de marzo
celebró la fiesta de san Patricio en el seminario
irlandés, cuyo rector, monseñor Kirby, como de
costumbre, le rodeó de un selecto grupo de
comensales.
También recibió cordialísimos agasajos en el
convento de los Benedictinos de San Pablo
extramuros el día 21, fiesta de su Patriarca.
Había unos cuarenta invitados, entre los cuales
estaban el cardenal Bartolini, protector de
aquellos monjes, el cardenal Chigi, un buen número
de patricios romanos y señores forasteros, el
célebre arqueólogo Juan Bautista de Rossi y otros.
En semejantes reuniones don Bosco no se
desanimaba, sino que sabía hacer buenas migas con
todos. Después del banquete, mientras conversaba
aparte con el cardenal Bartolini, se oyó decir a
uno, en un grupo de señores distinguidos, que le
observaban:
-íQué venerable aspecto! Es realmente un santo.
((**It14.69**)) Los
señores Sigismondi le prestaron, como siempre,
afectuosas atenciones; también ellos le invitaron
a su mesa varias veces, con sus dos secretarios.
Allí contó que, una mañana del mes de diciembre de
1878, había visto cerca del confesonario a un
muchacho que se levantaba notablemente del suelo y
a otro, en medio de sus compañeros, elevado
también más de un metro. El secretario dice sus
nombres; pero no parece que los oyera entonces de
labios del Siervo de Dios.
Hemos mencionado las audiencias que le concedió
el Secretario de Estado. Era éste el cardenal
Nina, llamado a ocupar tan alto cargo por León
XIII, siete meses antes, por la muerte del
cardenal Franchi. Le urgía a don Bosco saludarle.
Durante dos días consecutivos no le fue posible
acercarse a él; el tercero, 5 de marzo, tuvo que
aguardar mucho tiempo, porque había muchos delante
de él, pero al fin le llegó el turno.
-Siento, le dijo Su Eminencia, que haya tenido
que aguardar tanto tiempo, porque sé que tiene
mucho que hacer.
Le recibió y trató con la misma amabilidad que
siempre le había dispensado. Aquella mañana se
encargaba de introducir en la antesala un
secretario que, cuarenta y cinco años después,
recordando el hecho, escribió esta bellísima
página:
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