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retraso, por lo que no pudo la banda de música
rendirle honores a su llegada, pues estaba
entreteniendo al público totalmente compuesto de
invitados; pero le recibieron los Superiores de la
Casa y lo acompañaron al teatro. Desde el
escenario, un alumno le leyó con mucho garbo un
saludo, que pareció agradar a Su Excelencia.
El interés demostrado, durante la
representación, los repetidos aplausos y
congratulaciones traquilizaban a quienes temían
que no le agradara el tema desarrollado en la
escena. Ni los muchachos ni los clérigos asomaron
por ningún lado, puesto que, como era costumbre,
durante las representaciones teatrales para las
personas de fuera, habían salido de paseo.
Faltaban también los Superiores principales, por
estar ausentes del Oratorio.
A los pocos días, hizo otra aparición por el
mismo estilo en Valsálice. Don Bosco encargó
solamente que se intentase descubrir la razón de
un acontecimiento tan inesperado; pero, aparte de
sospechas más o menos aceptables, no fue posible
encontrar nada positivo.
Desde el primer día de marzo hasta el 28, es
decir durante el tiempo de la estancia de don
Bosco en Roma, no encontramos en el diario de don
Joaquín Berto casi nada más que una larga y
monótona reseña de nombres propios de personas,
que don Bosco visitó, que le visitaron o
saludaron; y nombres de lugares, adonde fue 1.
Aparecen numerosos cardenales y prelados, con
quienes don Bosco sostuvo ((**It14.68**)) largas
entrevistas y el Secretario de Estado, con quien
mantuvo conferencias prolongadas. El Obispo
monseñor Carlos Laurenzi, auditor de Su Santidad,
y monseñor Marzolini, secretario particular, ambos
llegados al Vaticano desde Perugia con el nuevo
Pontífice, ansiaban conocer al Siervo de Dios. Un
día le llamaron y estuvieron en conversación con
él dos horas y media, después de la cual exclamó
el primero, lleno de admiración:
-<<íQué hombre! íMerece realmente ser
conocido!>>
Dignatarios eclesiásticos, que todavía no eran
cooperadores salesianos, al conocer la asociación
a través de los coloquios tenidos con él, pedían
ser inscritos. Ordinariamente, por donde quiera
que iba, volvía el Beato con nuevos nombres para
incluirlos en la lista de la Pía Unión.
La presencia de don Bosco en el Vaticano, ya
bastante conocida, producía tal impresión que los
de la Guardia Suiza y los gendarmes le saludaban
como a los prelados. Una vez, en el patio de san
Dámaso,
1 Además de este diario, nos servimos de cartas
de don Juan Bonetti y del mismo don Joaquín Berto
al Oratorio.(**Es14.66**))
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