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plegarias y guarde el Señor ad multos annos la
preciosa y veneranda vida de Vuestra Santidad para
bien ((**It14.769**)) de la
Iglesia, triunfo de la justicia y gación de
nuestra fe, que Dios piadoso confió a vuestro celo
y a vuestra caridad.
Tenemos que expresaros más que ningún otro
estos sentimientos y estos deseos nosotros, los
misioneros Salesianos, que hemos experimentado y
continuamente experimentamos los abundantes y
saludables frutos de Vuestra Apostólica Bendición.
Nos fue impartida varias veces por la magnanimidad
de Vuestro gran Corazón y especialmente en la
faustísima ocasión de Vuestro día Onomástico,
bendiciendo la prosperidad e incremento de
nuestras misiones en estas tierras australes. No
es para dicho el gozo y satisfacción que nos ha
traído la carta, rebosante de afecto paterno, que
V. S. se dignó enviarnos por medio de Vuestro
Eminentísimo Secretario de Estado y valiosísimo
Protector nuestro. Vuestras palabras, Santísimo
Padre, fueron para nosotros y para los nuestros un
dulce estímulo para trabajar con más celo en la
viña del Señor, y una poderosa invitación para
vencer los muchos obstáculos, que parecían demorar
la gloria de Dios y la salvación de tantas almas,
que invocaban nuestra ayuda espiritual en los
desiertos de las Pampas y de Patagonia.
Con nuestro sumo gozo, podemos ahora decir que
Vuestros deseos se ven por fin cumplidos. Un nuevo
y vastísimo campo apostólico se ha abierto a
nuestras solicitudes y a la fe católica. A las
orillas del Río de La Plata se añadieron las del
Río Negro, que señala los límites entre la Pampa y
Patagonia.
Una casa central está definitivamente
establecida en Patagones, y a pesar de la escasez
de los medios y de personal en que nos
encontramos, sin embargo, tratándose de la
salvación de tantos miles de almas, que de lo
contrario quedarían privadas del beneficio de la
Santa Fe, sin mirar a sacrificios e incomodidades,
partieron ya ocho de nuestros misiorieros, a los
que siguieron nuestras Hermanas, las Hijas de
María Auxiliadora. Han ido para abrir dos
hospicios con escuelas y talleres, uno para los
muchachos, y otro para las muchachas de aquellos
lugares salvajes y para recorrer las dos orillas
del Río Negro, confirmar en la fe a los indios
últimamente reunidos en colonias y bautizados en
nuestro primer viaje de exploración, para
catequizar e instruir en la fe a otras tribus
infieles esparcidas por aquellos vastos desiertos
y echar la primera semilla de la civilización
cristiana entre aquellos pobres salvajes.
Para este fin, Santísimo Padre, imploramos
vivamente Vuestra Apostólica Bendición, para que
sea coronada por el éxito esta audaz empresa, y,
al igual que en el pasado, esta Vuestra Bendición
Apostólica será como celeste rocío, fecundo en
frutos abundantes y dará a la Iglesia de la que
sois Piedra fundamental, muchos nuevos hijos y
conducirá al santo Redil de Jesús, del que sois
digno Vicario, muchas pobres almas, que no conocen
todavía la voz del Divino Pastor.
Nos sirvió también de gran consuelo el haber
recibido, por medio de nuestros queridos
superiores, un ejemplar de Vuestra admirable
Encíclica ((**It14.770**))
Aeterni Patris. Nosotros, según un artículo de las
Constituciones, que regula nuestros estudios,
teníamos ya por maestro al gran Santo Tomás. Pero
ahora, que hemos conocido este precioso documento,
nos empeñaremos en ajustar todavía más nuestros
estudios filosóficos y teológicos a este gran
Modelo y Maestro.
Santísimo Padre, lo mismo que en otras
ocasiones, los Misioneros Salesianos de América
del Sur presentan humildes a los pies de V. S. el
testimonio de su filial afecto e inalterable
adhesión a la Sede de Pedro. Nuestra débil
palabra, nuestra voluntad, nuestra vida, queremos
ofrecerlas a Vos para el cumplimiento de Vuestras
santas disposiciones y mandatos, que son los de
Dios y de la Religión, de la que sois Supremo
Moderador, Guía y Pastor para salvación del mundo.
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