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Puede verse la relación de la visita en las
actas del Senado, y en el Apéndice n.° 1 del
Opúsculo el Oratorio de San Francisco de Sales,
Anexo F.
El Gobierno y, sobre todo el Ministro de
Gobernación, tomó entonces en gran consideración
la recomendación de los Senadores y colaboró
también con medios materiales al desarrollo del
Centro.
Los ministros Rattazzi, Cavour, Farini, Lanza,
Peruzzi, Ricásoli y Nicótera consideraron este
centro como algo suyo, enviándonos toda clase de
muchachos abandonados. Y, cuando se celebraba un
festival gimnástico, una repartición de premios,
una función de teatro o un concierto musical,
aquellos beneméritos Señores se tenían por muy
felices si podían asistir como padres de familia
en medio de sus hijos. Más de una vez sucedió que
el Gobernador de la Provincia y el Alcalde de
Turín acompañaron al Ministro de Gobernación y
hasta a los Príncipes de la Casa Real para
presenciar nuestras fiestas de familia. Algunas
cartas del Apéndice n.° 2 del mencionado opúsculo
dan testimonio de ello y manifiestan el juicio que
aquellos personajes daban de este Centro.
El Ayuntamiento de Turín siempre consideró la
Obra de los Oratorios como institución benéfica.
La alentó con premios, la ayudó con medios
materiales y envió con frecuencia niños
abandonados.
En 1857 cuando el cólera-morbo invadió nuestras
tierras, el Alcalde de Turín reunió, en un lugar
adecuado, a los niños que quedaron huérfanos por
la mortífera enfermedad y confió su cuidado y
dirección al que esto escribe. El mismo Alcalde
envió unos cincuenta de los más desamparados a
esta casa, donde fueron educados, instruidos y
formados en un arte u oficio. Véase el Apéndice
n.° 3 del mencionado opúsculo.
Otros veinte niños, víctimas de la misma
desgracia, nos fueron enviados por el Gobernador
de Ancona; algunos desde Sássari, Nápoles y nueve
de Tortorigi (Sicilia) y de otras partes de
Italia.
((**It14.747**)) La
Familia Real demostró también que tenía un
benévolo concepto de este Instituto. En varias
ocasiones, habiendo oído nuestros amados
Soberanos, Carlos Alberto y Víctor Manuel II, que
el Oratorio pasaba grandes apuros económicos, lo
socorrieron con aportaciones dignas de su real
munificencia; éste último, con muestras de
benevolencia verdaderamente paternal, alegró
varias veces con el fruto de sus cacerías la mesa
de nuestros pobres muchachos. Los Príncipes, a su
vez, además de los ricos donativos en metálico y
de todos los aparatos de gimnasia que habían usado
en el Real Castillo de Moncalieri, se dignaron,
alguna vez, honrar este Oratorio asistiendo a las
representaciones teatrales que tenían los
muchachos para su pasatiempo y diversión.
Recordamos siempre con gratitud los socorros
que V. M. se dignó enviarnos varias veces, y su
nombre está escrito en el de los más insignes
bienhechores de este Instituto.
No fueron menos favorables las relaciones de
este Centro con las Autoridades Escolares.
La ley Boncompagni de 1848 consideró este
Oratorio como asilo de muchachos pobres y lo dejó
totalmente bajo el Ministerio de Gobernación
(véase Ley de Boncompagni, art. 3 ).
Dígase lo mismo de la ley Lanza de 1857. Aquel
Ministro no sólo dejó a nuestras escuelas en
libertad para la elección de maestros, sino que
las subvencionó varias veces y, con carta del 29
de abril de 1857, les concedió un premio de mil
liras,
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