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((**Es14.638**) Puede verse la relación de la visita en las actas del Senado, y en el Apéndice n.° 1 del Opúsculo el Oratorio de San Francisco de Sales, Anexo F. El Gobierno y, sobre todo el Ministro de Gobernación, tomó entonces en gran consideración la recomendación de los Senadores y colaboró también con medios materiales al desarrollo del Centro. Los ministros Rattazzi, Cavour, Farini, Lanza, Peruzzi, Ricásoli y Nicótera consideraron este centro como algo suyo, enviándonos toda clase de muchachos abandonados. Y, cuando se celebraba un festival gimnástico, una repartición de premios, una función de teatro o un concierto musical, aquellos beneméritos Señores se tenían por muy felices si podían asistir como padres de familia en medio de sus hijos. Más de una vez sucedió que el Gobernador de la Provincia y el Alcalde de Turín acompañaron al Ministro de Gobernación y hasta a los Príncipes de la Casa Real para presenciar nuestras fiestas de familia. Algunas cartas del Apéndice n.° 2 del mencionado opúsculo dan testimonio de ello y manifiestan el juicio que aquellos personajes daban de este Centro. El Ayuntamiento de Turín siempre consideró la Obra de los Oratorios como institución benéfica. La alentó con premios, la ayudó con medios materiales y envió con frecuencia niños abandonados. En 1857 cuando el cólera-morbo invadió nuestras tierras, el Alcalde de Turín reunió, en un lugar adecuado, a los niños que quedaron huérfanos por la mortífera enfermedad y confió su cuidado y dirección al que esto escribe. El mismo Alcalde envió unos cincuenta de los más desamparados a esta casa, donde fueron educados, instruidos y formados en un arte u oficio. Véase el Apéndice n.° 3 del mencionado opúsculo. Otros veinte niños, víctimas de la misma desgracia, nos fueron enviados por el Gobernador de Ancona; algunos desde Sássari, Nápoles y nueve de Tortorigi (Sicilia) y de otras partes de Italia. ((**It14.747**)) La Familia Real demostró también que tenía un benévolo concepto de este Instituto. En varias ocasiones, habiendo oído nuestros amados Soberanos, Carlos Alberto y Víctor Manuel II, que el Oratorio pasaba grandes apuros económicos, lo socorrieron con aportaciones dignas de su real munificencia; éste último, con muestras de benevolencia verdaderamente paternal, alegró varias veces con el fruto de sus cacerías la mesa de nuestros pobres muchachos. Los Príncipes, a su vez, además de los ricos donativos en metálico y de todos los aparatos de gimnasia que habían usado en el Real Castillo de Moncalieri, se dignaron, alguna vez, honrar este Oratorio asistiendo a las representaciones teatrales que tenían los muchachos para su pasatiempo y diversión. Recordamos siempre con gratitud los socorros que V. M. se dignó enviarnos varias veces, y su nombre está escrito en el de los más insignes bienhechores de este Instituto. No fueron menos favorables las relaciones de este Centro con las Autoridades Escolares. La ley Boncompagni de 1848 consideró este Oratorio como asilo de muchachos pobres y lo dejó totalmente bajo el Ministerio de Gobernación (véase Ley de Boncompagni, art. 3 ). Dígase lo mismo de la ley Lanza de 1857. Aquel Ministro no sólo dejó a nuestras escuelas en libertad para la elección de maestros, sino que las subvencionó varias veces y, con carta del 29 de abril de 1857, les concedió un premio de mil liras, (**Es14.638**))
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