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repito, siguiendo su máxima de chocar lo menos
posible con las autoridades públicas, y tanto más
cuanto que se trataba de un gobierno, cuyos muchos
beneficios recibidos en el pasado no podía
olvidar, consintió en proporcionar los profesores
titulados que se le pedían por pura deferencia con
la autoridad, aunque no le obligara la ley.
Pero si resulta fácil encontrar profesores
titulados, dotándolos de elevado estipendio para
colegios gubernativos o municipales, es muy
difícil encontrar profesores titulados, que
quieran y puedan prestar su labor asidua gratis en
un centro de caridad paterna, donde todo se hace
de balde por falta de medios propios y para no
quitar de la boca de los pobres la limosna que
para ellos se recoge.
A pesar de ello, logró don Bosco encontrar
hasta cinco de estos profesores beneméritos, los
cuales aceptaron el cuidado y la responsabilidad
de los cursos de bachillerato en los tiempos y
horarios compatibles con sus otras muchas
ocupaciones y con el auxilio de buenos suplentes,
elegidos por ellos, en su ausencia y envió una
nota de éstos a la autoridad escolástica.
Abrigaba don Bosco la esperanza de que la
autoridad escolar se serenaría ante la atención
tan prontamente prestada a sus mandatos, en
atención a la ambigüedad de una justa aplicación
de la ley por las diversas interpretaciones de
todos los ministerios anteriores; en atención a la
buena acogida que encuentra la propagación de
estos centros de paterna caridad no sólo en
Italia, sino también en Francia y en América; por
todo lo cual parecía que no debía haber razón por
la que el propio gobierno dejase de prestar la
protección de siempre. Por lo tanto, don Bosco
descansaba tranquilo.
Pero todas estas consideraciones no tuvieron
ningún valor para la actual autoridad escolástica
de Turín. Ella creyó que aportaría mayor beneficio
social un draconiano juicio del asilo, una
parigual interpretación de la ley y una parigual
aplicación.
((**It14.735**)) Por lo
cual, envió una comisión para averiguar si los
dichos cinco profesores titulados daban clase
regular personalmente, y pareciéndole haber
descubierto que no la daban, sino a raros
intervalos y las más de las veces por medio de
suplentes, no consideró al centro de don Bosco
merecedor de los benévolos miramientos que tenían
con muchas otras escuelas; ordenó el cierre del
asilo y la expulsión de los alumnos, sin
preocuparse en absoluto de las graves
consecuencias, sin sentir en su paterno corazón
remordimiento alguno por haber decretado de este
modo la ruina de trescientos pobres muchachos y la
desgracia de otras tantas familias, y tal vez de
millares de otras, que en el porvenir podrían
disfrutar de este beneficio.
Esta disposición de la autoridad escolar tiene
mucha analogía con la matanza de los inocentes
perpetrada por orden de Herodes que, para matar a
Cristo, hizo perecer miles de niños de su edad;
con la diferencia de que entonces se trató de
muerte y ahora, en estos tiempos menos bárbaros,
sólo se trata de la ruina de la carrera.
Juzgue el lector si éste es un próvido acto de
buen gobierno, inspirado por el respeto a la ley y
el interés público.
Pero, no obstante tales actos, no hay razón
para desesperar del progreso humanitario de este
Centro. El nuevo ministerio, que ha seguido al que
acaba de caer, se espera esté inspirado en mejores
principios y convierta la libertad, el respeto a
la ley, la promoción del bien social en actos y no
en palabras, guardándose mucho de toda influencia
de partidos, de cualquier clase, por lo que todo
el mal que uno supo hacer, pueda y quiera hacer el
otro en el bien.
Sigue la firma
(**Es14.628**))
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