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((**Es14.61**) ((**It14.62**)) También el demonio experimentó, a su manera, los efectos de la presencia de don Bosco en Lucca. Una joven de unos treinta y cinco años, feligresa de la parroquia de San Leonardo, era obsesa y padecía las más extrañas vejaciones diabólicas. El reverendo Cianetti, que era el párroco, en cuanto oyó que don Bosco iba a llegar a Lucca, se entendió con la competente autoridad eclesiástica para que la exorcizara. Nada hizo por donde se trasluciera su intención, y, sin embargo, un día la endemoniada, atacada de furioso frenesí, gritó con voz espantosa: -Venga también ese saco de carbón, venga el valido de esa... Y aquí soltó una horrible blasfemia contra la Santísima Virgen. Fue empresa de titanes, pero, al fin, se logró arrastrar a la infeliz hasta el Siervo de Dios, que, apenas la vio, la bendijo: pero, cuando hizo el ademán de santiguarla en la frente con una medalla de María Santísima, no hubo manera de tenerla quieta; la pobre criatura se retorcía como una serpiente. Esto ocurría la mañana del 25 de febrero. Don Bosco, al retirarse, dijo que curaría el día de la Inmaculada. Y así sucedió; pues ella, el 8 de diciembre, oyó de improviso en su habitación como el retumbar de un trueno y aquél fue el momento de su liberación. Consoló mucho a don Bosco el gran número de oratorianos y su comportamiento. En realidad se había conseguido mucho de aquellos jovencitos en menos de un año. Ya no se oían las blasfemias, que tenían la deplorable costumbre de repetir a cada paso; ellos, tan poco amigos de ir a la iglesia que al sonido de la campanilla saltaban la tapia para huir, ahora, dejaban el juego al primer toque, y corrían a formar filas. El ojo experto de don Bosco descubría en la frecuencia de los sacramentos, en la compostura durante las prácticas religiosas, en el afecto a los curitas esa alegre espontaneidad, que florece fácilmente dondequiera que se aplique fielmente el método por él enseñado y practicado. Se alegró mucho al verlos a todos a su alrededor cantando, declamando, recitando; advirtió con satisfacción que también había entre ellos zapateros, caldereros, sastres, carpinteros, tintoreros bigotudos, que ((**It14.63**)) eran alumnos de las escuelas nocturnas. Encontró, él la más decorosa dignidad y una dulzura inefable. Con sólo mirarlo te sientes penetrado de religioso terror, y de tal modo subyugado por aquellos ojos, resplandecientes y llorosos, que te sientes obligado a postrarte ante él, confesar tu nada y llorar la iniquidad de los mortales. En una palabra, se descubre en aquel rostro algo que no es humano. se manifiesta al exterior la divinidad, que en él se encierra. Tiene en la cabeza una magnifica y preciosa corona de oro, que le convierte, de verdad, en el Rex tremendae maiestatis. Añádase a esto un rostro ennegrecido por el humo del incienso y de las velas, que le hacen aún más venerable, y se tendrá una idea del portentoso crucifijo que los luqueses hicieron ver a don Bosco>>.(**Es14.61**))
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