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mínima esperanza. Calmados un poco los ánimos,
bendijo al marqués y le mandó hacer la señal de la
cruz. íAquello fue una maravilla! Alzó el marqués
su derecha y se santiguó. Díjole después que
repitiese cada día aquel acto, invocando los
santísimos nombres de Jesús y María.
A despecho de las distracciones carnavalescas,
resonaba por doquiera el nombre de don Bosco.
Cuando iba por las calles, unos se paraban y le
miraban respetuosamente, otros seguían sus pasos,
algunos le dirigían expresiones de súplica.
Incluso las personas enmascaradas, olvidando sus
frivolidades, pasaban a su lado con señales de
reverencia. Muchos retrasaban la comunión hasta
las ocho y media para recibirla de su mano. Lo que
sucedía entre él y tantos como iban a hablarle,
nadie pudo saberlo; don Juan Marenco vio salir a
algunos tan impresionados que, absortos y como
fuera de sí, no atinaban con la puerta que dada a
la calle. <<íQué días de afluencia de gente!,
exclamaba él mismo. La casa Salesiana parecía
transformada en la casa municipal>>.
El día 25 se multiplicaron de tal modo las
audiencias, y cansóse tanto que, al atardecer,
abrumado y víctima de un fuerte dolor de ((**It14.60**)) cabeza,
tuvo que suspenderlas y retirarse a su habitación.
Hizo por aquellos días muy mal tiempo con ventisca
y lluvia. Al amanecer del día 26 relampagueaba
horriblemente, después nevó y volvió a llover. El
Beato, en un coche, enviado por una buena señora
de Lucca, visitó a algunas beneméritas personas de
la ciudad que estaban enfermas. Entre otros, fue a
vez al conde Sardi, que después contaba cómo un
hijito suyo, próximo a morir, y encomendado por él
a las oraciones de don Bosco, se había recuperado
de improviso y entonces gozaba de perfecta salud.
Hacia las tres de la tarde, habló a los
Cooperadores en la iglesita de la Cruz, con el
ceremonial de siempre. Asistieron unas ciento
cincuenta personas y entre ellas el Arzobispo. Don
Bosco habló de la obra de las obras, los oratorios
festivos, y explicó en qué consistía la asociación
de los Cooperadores salesianos. Los oyentes
estaban pendientes de sus labios con religiosa
atención 1. Después de la ceremonia, una multitud
de personas invadió la sacristía y la casa. Todos
se agolpaban a su alrededor para decirle algo y
oír de sus labios una palabra, que respondiese a
sus necesidades espirituales o temporales.
Se cuenta especialmente un caso que corrió
rápidamente por toda la ciudad. Iba don Bosco,
hacia la catedral con el Director a su lado y
1 Il Fedele, diario católico de Lucca, núm. 51
de 1879.(**Es14.59**))
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