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un poco más allá del edificio primitivo, salía
tranquilamente el chorro de agua de una bonita
fuente. Pasaba un día por allí don Bosco con el
director, don José Bologna, y el coadjutor Luis
Nasi; se paró un instante a mirar la fuente y dijo
a continuación:
-Con el tiempo, el oratorio llegará hasta esta
fuente.
Los dos acompañantes comunicaron a otros este
vaticinio; pero pasaron después tantos años que
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nadie pensaba en ello. A través de sucesivas
compras, del 1891 al 1923, los inmuebles dichos
terminaron por ser propiedad del Oratorio, mas sin
llegar a la fuente de la profecía. Finalmente, el
24 de mayo de 1932, se alcanzó aquel límite. Don
José Bologna y el señor Luis Nasi habían muerto
hacía bastante tiempo; pero quedaban otros
salesianos que lo habían oído de sus labios y, el
primero de todos, el coadjutor Carlos Fleuret, que
recordaba perfectamente haber oído a su compañero
Nasi las palabras proferidas por don Bosco en
aquella memorable ocasión.
Del don de leer en los corazones pasando por
alto otros testimonios similares., referiremos
únicamente uno muy característico. En 1880, un
joven, salido del colegio Garibaldi, donde se
impartía una educación poco cristiana, y admitido
en el Oratorio contra su voluntad, fue a
confesarse con don Bosco, pero con tan malas
disposiciones, que iba resuelto a no manifestar ni
lo más esencial. El Beato, sin dejarle siquiera
abrir la boca, le fue diciendo, uno tras otro,
todos los pecados cometidos. Aterrorizado el
muchacho, se levantó sin esperar la absolución,
pero volvió después para recibirla, cuando hubo
recobrado la calma y formulado el propósito de
comportarse mejor en adelante. Cambió en seguida
de conducta, de tal forma que, varios años
después, fue admitido como novicio en San Benigno,
donde contó minuciosamente el hecho al gran
moralista, don Luis Piscetta. Preguntado por éste,
si verdaderamente se trataba de cosas ocultas y,
si nunca las había comunicado a nadie, respondió
que eran pecados cometidos a solas, lejos del
Oratorio y que jamás los había manifestado a
ninguno.
Pertenecen también a esta época dos casos de
curación que tienen el sello de lo extraordinario.
El señor Juan Bisio, comerciante de Turín, era
muy conocido en el Oratorio, porque al regresar
del servicio militar en 1864 había residido en el
mismo durante siete años y figura entre los
testigos citados en los procesos apostólicos. El,
en 1895, manifestó que, quince años antes,
teniendo enferma a su mujer de una grave afección
cardíaca y estando ésta ya desahuciada ((**It14.679**)) por
los médicos, le había expresado el deseo de que
recibiese la bendición de don Bosco. Ella se puso
muy
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