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padre Ficarelli, superior de los Jesuitas en
Portugal. Don Bosco dispuso que en 1881, don Juan
Cagliero, en su viaje a Sevilla para una
fundación, de la que hablaremos más adelante,
fuera a Oporto para vez y oír. Aquella visita
infundió ánimos en el celoso sacerdote, que poco
después emprendió viaje a Turín para conocer a don
Bosco, ver de cerca sus obras, ponerse de acuerdo
con él y recibir su bendición. El Beato lo escuchó
con mucha bondad, diole útiles consejos y, al fin,
le dijo:
-Creo ante el Señor que usted debe abrir ese
centro para la juventud; más tarde enviaré a los
Salesianos.
El sacerdote volvió a su patria y, amoldándose
a las instrucciones de don Bosco y tratando de
sacar el mayor partido posible de lo que había
visto en el Oratorio, en Sampierdarena y en
Marsella, formó una comisión con las más
distinguidas personalidades de la ciudad y abrió
los Talleres de San José, con la condición
explícita de entregar después todo a los
Salesianos tan pronto como llegasen; pero le tocó
aguardar hasta después de la muerte de don Bosco,
cuya promesa cumplió su sucesor.
Como acabamos de ver, no se abrieron en 1880
nuevas casas en el antiguo continente, pero, en
cambio, se hizo mucho para el desarrollo de las ya
existentes. Don Bosco informó de ello a los
Cooperadores en su relación anual, por enero de
1881. En Francia la escuela agrícola de La Navarre
amplió sus locales, se agrandó mucho el orfanato
de Niza, se añadió al oratorio de Marsella un
edificio, que permitió triplicar el número de
alumnos. En Italia, se terminaron los edificios de
Vallecrosia para las escuelas de niños y de niñas
y para la vivienda de maestros y maestras, y
progresaron las obras para la iglesia aneja; en
Turín adelantaron las obras de la iglesia de San
Juan Evangelista y del colegio adjunto; en La
Spezia se reanudó la construcción de las escuelas
y de la iglesia, después del huracán que dañó
gravemente las obras; y se puso mano a la
gigantesca empresa del Sagrado Corazón en Roma.
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para que, pese a las asechanzas del enemigo de
todo bien, no le faltara el favor de la Suprema
Autoridad, sin la cual habrían resultado inútiles
tantos esfuerzos, en agosto de 1880 envió una
esmerada relación de las casas de América y de
Europa al Cardenal Protector quien, por razón de
su cargo y por la gran benevolencia hacia la
Congregación, podía, mejor que nadie, ayudar a don
Bosco en sus relaciones con la Santa Sede.
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