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Se había determinado que, al partir don Bosco
de Sampierdarena, debía estar allí el conde Cays
para acompañarlo hasta Roma y hacerle de
secretario, junto con don Joaquín Berto. El noble
Conde, ya humilde salesiano, había declarado que
estaba dispuesto a compartir la habitación con don
Joaquín e incluso a dormir, a falta de otra cosa
mejor, sobre una cama preparada con sillas, con
tal de tener la gran suerte de hacer aquel viaje
con don Bosco. Este le había ordenado ir, de
Alassio a Turín, para arreglar allí algunos
asuntos y que siete días después se juntase con él
en Sampierdarena. El conde Cays fue al Oratorio,
hizo sus preparativos, saludó a numerosísimos
amigos, recibió sus encargos y, apenas faltaba un
día para la salida, cuando he aquí que le llegó un
telegrama de don Bosco con la orden de que se
quedara en Turín y fuera en su lugar don Juan
Bonetti. El Conde deshizo tranquilamente su maleta
y repetía a cuantos encontraba al paso:
-Ya no voy a Roma. Don Bosco ha dado orden de
que me quede.
El Beato y su fiel secretario tomaron el tren
en Sampierdarena y se apearon en La Spezia. Pasó
allí dos días escribiendo y haciendo visitas.
Pernoctó en casa del caballero Bruschi, que fue
más tarde sacerdote salesiano; y en su casa
celebró la santa misa, pues tenía oratorio privado
un sobrino del caballero, que vivía en la misma
casa, y era alcalde de la ciudad. Miraba a los
curitas con mala cara y le molestaba verlos como
el humo a los ojos: es más, en algunas ocasiones
había actuado contra ellos como enemigo declarado.
Don Bosco le visitó. Le encontró en cama algo
indispuesto y estuvo conversando con él un rato.
Desde entonces, el alcalde fue otro, completamente
distinto del de antes. Confesó él mismo a los
amigos que don Bosco le había parecido muy
diferente del que él se figuraba y no cesaba de
hablar de él con admiración.
El Siervo de Dios invitó a su mesa en el
colegio al párroco, al vicario foráneo, a algunos
canónigos y a otros simples sacerdotes, ((**It14.58**)) el
caballero Bruschi y a otros más. El pobre don Luis
Rocca se encontró en una situación verdaderamente
desesperada, porque tenía un cocinero, más de
nombre que de hecho, y no tenía local presentable
donde preparar la mesa. Pero el honor y el gusto
de sentarse a la mesa con don Bosco mantuvo a
todos alegres y contentos, como si se hubiesen
encontrado con el Rey, escribía el mismo don Luis
Rocca.
Después de visitar las escuelas y dar una
conferencia a los hermanos, el día 22 por la
mañana, fue a Sarzana para saludar al Obispo, que
quiso comiera en su palacio. Por la tarde, siguió
viaje hasta Lucca (**Es14.57**))
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