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Aquel día tenía que bendecir la mesa don Bosco,
que efectivamente llegó acompañado por don Juan
Cagliero. Profesas, novicias y postulantas estaban
ya dentro. Don Bosco se adelantó, dio la bendición
y, después, mirando alrededor y sonriendo, dijo a
don Juan Cagliero:
-íSon ya un buen número! Vendrá un tiempo en
que las Superioras ya no se encontrarán entre
estas hermanas de Nizza, sino que deberán estar en
Turín, más cerca de los Superiores.
A la postulanta le quedaron grabadas en la
memoria aquellas palabras, preguntándose a menudo
si aquello podría suceder algún día: tan lejos de
lo posible le parecía a ella y a todas; aquel
traslado es hoy un hecho real.
Después preguntó el Siervo de Dios a la Madre
Asistenta:
>>Se puede ver vuestra sopa y vuestro plato?
Hizo ella lo posible por mostrarle un plato
mejor aderezado; pero él dijo:
-Madre, >>qué hacéis? Estas Hermanas tienen
mucho trabajo, alimentadlas bien, haced como
nosotros, que tenemos dos platos.
La Madre, ayudada por las otras quería hacer
comprender que ellas se contentaban con menos y no
necesitaban tanto como los hombres, y ya sobraba
el trabajo que tenían para lavar platos...
-íOh!, si por esto es, no os preocupéis, cortó
don Bosco. Juntad en hora buena, si queréis, carne
y pescado u otra cosa con verdura en el mismo
plato; pero más abundante! íTenéis mucho que
trabajar!...
Cuenta la otra de las dos hermanas dichas esta
anécdota. Siendo postulanta, oía repetir a menudo
que, quien no tenía ((**It14.654**)) salud,
debía volver a su casa. Pues bien, ella, que era
de débil complexión y tenía mucho miedo a que le
tocase aquella triste suerte, deseaba manifestar a
don Bosco su temor para pedirle consejo.
Convencida de que era un santo, como todas decían,
estaba segura de que su palabra sería infalible;
por lo tanto, en agosto de 1880, buscaba la manera
de hablarle. Pero la natural timidez la retenía
siempre de presentarse a él, hasta que, enterada
de que estaba a punto de partir, cobró ánimos, se
fue a la casa donde residían los sacerdotes y,
aunque nunca había puesto allí los pies, llegó sin
saberlo hasta la puerta de la habitación donde él
solía recibir. Algunas Hermanas, que estaban allí
esperando, le dijeron que se marchara, porque don
Bosco tenía prisa para salir. En aquel instante
apareció don Bosco con el sombrero puesto y el
bolso de viaje en la mano; faltaba poco para la
llegada del tren que debía llevarlo a Turín. La
postulanta, apenas lo vió, se levantó sobre la
punta de los pies, detrás de las Hermanas, y dijo
en alta voz:
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