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anales de sus luchas y sus victorias. He aquí por
qué al correr de los años y en tiempos cercanos a
los nuestros, se ha podido poner en tela de juicio
la realidad de una obra verdaderamente misionera
llevada a cabo por ellos. Pero la historia
imparcial deberá hacer justicia ante tan odiosas
maledicencias, como las ha llamado en solemne
circunstancia un orador bien informado 1.
En su tiempo y lugar nosotros seguiremos
narrando los progresos de las misiones salesianas
en Patagonia durante la última época de la vida de
don Bosco, que siguió hasta el fin, alentando con
el consejo y la oración los pasos de sus hijos
para promover en aquellas tierras remotas las
obras de la ley de la civilización. Pero don Bosco
impulsó el desarrollo de sus misiones, no sólo con
toda clase de ayudas morales, sino
proporcionándoles también, y con graves
dificultades, una organización eclesiásticamente
sólida, como aquí y más adelante veremos.
Hacía ya tiempo que el Siervo de Dios había
intuido la conveniencia de erigir en la Patagonia
un Vicariato Apostólico, y los lectores conocen
las primeras manifestaciones que hizo a la Santa
Sede de este su pensamiento; pero, cuanto más
adelante se iba, tanto más se le presentaba como
una verdadera necesidad aquella simple
conveniencia, si se quería dar, a la acción
misionera, marcha ((**It14.623**))
regular y duradera estabilidad. En efecto, creando
la jurisdicción eclesiástica no sujeta a los
Ordinarios locales, sino dependiente de Propaganda
Fide, se obtenía en el personal una compacta
unidad homogénea y orgánica, libertad de
movimientos en el ejercicio del sagrado ministerio
y posibilidad de relaciones directas y continuadas
con el Gobierno, de cuyas favorables disposiciones
había muchos motivos para esperar.Este fue uno de
los asuntos que más trabajó don Bosco durante su
permanencia en Roma a principios de 1880.
Acostumbrado a conducirse con ponderación,
proporcionada a la importancia de los asuntos que
llevaba entre manos, ante todo descubrió sus
intenciones confidencialmente a algunos prelados;
después, en la audiencia del 5 de abril, habló de
ello al Padre Santo, el cual se dignó encargar
oficiosamente que estudiara el asunto, con don
Bosco, a monseñor Jacobini, secretario de la
Congregación de Asuntos Eclesiásticos
extraordinarios y al cardenal Alimonda, que
pertenecía a la Congregación de Propaganda. El
Beato, asistido por don Francisco Dalmazzo, tuvo
con los dos personajes varias entrevistas, cuyo
resultado entregó en un
1 Monseñor Duprat, en la oración fúnebre por el
cardenal Cagliero, leída por él en la iglesia
metropolitana de Buenos Aires el 26 de febrero de
1926.
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