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daño alguno, quedando ilesos cuantos se acogieron
a la protección de tan poderosa defensora: todos
los dardos perdían su eficacia al chocar contra el
manto de María, cayendo despuntados al suelo.
La Santísima Virgen, en un mar de luces, con el
rostro radiante y una sonrisa de Paraíso, dijo
repetidas veces: Ego diligentes me diligo: Yo amo
a los que me aman. Poco a poco fue cesando aquella
borrasca y, de los nuestros, ninguno fue víctima
de aquel temporal o tempestad o terremoto, como
queráis llamarlo.
Yo no quise hacer gran caso de este sueño; pero
escribí inmediatamente a todos las casas de
Francia diciendo que estuviesen tranquilos.
Algunos me preguntaron:
->>Cómo es que todos están preocupadísimos y
solamente usted permanece tranquilo en medio de
tantos peligros y de tantas amenazas?
Yo les respondía simplemente que confiasen en
la protección de la Virgen. Pero no se hizo caso.
Escribí al Padre Guiol, párroco de San José, que
no temiese, que las cosas se orientarían
favorablemente, y él me respondió como quien no
hubiese entendido mi carta. Y, en realidad, al
considerar las cosas ahora que la borrasca ha
pasado, se ve que lo sucedido tiene mucho de
extraordinario. Ver expulsadas y dispersas a todas
las Congregaciones francesas que, desde hacía
mucho tiempo, se dedicaban a hacer el bien en
Francia y después comprobar cómo la nuestra, que
es extranjera, que vive del pan recogido entre los
franceses... ante un periodismo desatado que grita
contra el Gobierno porque no nos expulsa, y
nosotros tan tranquilos, es cosa maravillosa. Que
esto nos sirva de estímulo para depositar siempre
nuestra confianza en la Santísima Virgen. Pero no
nos ensoberbezcamos, pues bastaría un simple acto
de vanagloria para que la Virgen se sintiese
descontenta de nosotros y permitiese la victoria
de los malos.
-Pero también otras Congregaciones habrán sido
muy devotas de la Virgen, dijo don Miguel Rúa;
>>cómo es que...?
-La Virgen hace lo que quiere, contestó don
Bosco. Por otra parte, nuestras cosas comenzaron
de esta forma extraordinaria, desde que yo tenía
nueve o diez años. íMe pareció ver en la era de
casa a tantos y tantos niños! Entonces una persona
me dijo:
->>Por qué no los instruyes?
-Porque no sé, le repliqué.
-Ponte a instruirlos; yo te lo ordeno.
Y yo estaba tan contento por aquel mandato que
todos se dieron cuenta de mi alegría.
Históricamente hablando, las cosas sucedieron
de una manera muy sencilla. El Comisario encargado
de proceder a la ejecución del decreto hubo de
luchar hasta las diez de la noche para echar abajo
las puertas y deshacer las barricadas del Convento
de los Dominicos de la calle de Monteaux, de forma
que lo avanzado de la hora le impidió dar el
asalto a San León, que era la última casa
religiosa que quedaba por cerrar. Después,
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durante la noche, le llegó al Gobernador una orden
del Ministerio, comunicándole que suspendiese las
ejecuciones; motivos de política ministerial
aconsejaban cierta moderación.
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