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->>Quién es usted?, se volvió a preguntar.
Esta vez no hubo respuesta. El temido visitante
había buscado una escalera de mano y entraba en
casa por la ventana. íCuál no fue la hilaridad de
aquellos señores, cuando oyeron a sus espaldas la
sonora voz del abate Mendre que seguía la broma!
Había estado en la parroquia, porque tenía la misa
a una hora avanzada y, apenas quedó libre, acudía
bajo el chaparrón a su puesto de combate. Fue un
oportuno cambio de escena para matar la aburrida
monotonía de la larga espera.
>>Pero qué hacer entre tanto? Volvieron al
salón de espera y el canónigo Guiol comenzó a
hablarles de una carta en la que don Bosco
escribía poco más o menos en estos términos: <((**It14.606**)) no
pasarán de ahí. Si quisiesen echaros, pedid un
poco de tiempo para devolver los muchachos a sus
familiares y, mientras tanto, Dios hará lo demás
1>>.
Oídas estas palabras, que les daban seguridad,
dijo el presidente Rostand:
-Es inútil que sigamos aquí. Si don Bosco ha
escrito esto, vámonos tranquilos, pues no pasará
nada.
Y salió seguido de los demás. Sin embargo,
durante unos días los Salesianos montaron guardia
tras las barricadas, hasta que, desechado todo
temor, abrieron la puerta de par en par y
reanudaron con toda regularidad sus ocupaciones.
Pero el Radical y el Petit Provençal no dejaban
de gritar, hasta que una orden del Gobernador les
impuso silencio 2.
1 ProcŠs verbaux 11 de noviembre.
2 Presentamos en el apéndice (Doc. N.° 70) una
muestra de las furias periodísticas, reproduciendo
algunos párrafos de un diario marsellés. Los
amigos de don Bosco, haciendo suyas en aquellos
días las ansiedades de los Salesianos, iban a
menudo al Oratorio. El 12 de noviembre estuvo el
conde Eduardo Mella, el cual, hablando de los
acontecimientos de Francia, contó un interesante
episodio de Carlos Alberto. En 1848, cuando la
escandalosa expulsión de los Jesuitas en Piamonte,
cuatro de ellos se refugiaron en casa del
ingeniero Spezia, su exalumno. Una tarde se
presentó a su puerta un sargento de Carabineros,
preguntando por él. El ingeniero acudió.
-Es usted el ingeniero Spezia?, preguntó el
suboficial.
-Para servirle.
->>Puedo estar seguro de que usted es el señor
Spezia?
-No miento, digo la verdad. De todos modos,
pase usted y pregunte a quien quiera.
Entonces el sargento satisfecho introdujo a
algunos hombres, que llevaba consigo; después sacó
una bolsa y volviéndose a Spezia, le dijo:
-Su Majestad le agradece la hospitalidad
concedida a los padres Jesuitas y le envía estas
cuatro mil liras para sus gastos.
Conviene saber que Carlos Alberto no habría
firmado jamás una ley de expulsión de los
Jesuitas; la ley del 1848 no fue firmada por él,
sino por el príncipe Eugenio de Carignano, en su
calidad de lugarteniente.
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