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((**Es14.516**) ->>Quién es usted?, se volvió a preguntar. Esta vez no hubo respuesta. El temido visitante había buscado una escalera de mano y entraba en casa por la ventana. íCuál no fue la hilaridad de aquellos señores, cuando oyeron a sus espaldas la sonora voz del abate Mendre que seguía la broma! Había estado en la parroquia, porque tenía la misa a una hora avanzada y, apenas quedó libre, acudía bajo el chaparrón a su puesto de combate. Fue un oportuno cambio de escena para matar la aburrida monotonía de la larga espera. >>Pero qué hacer entre tanto? Volvieron al salón de espera y el canónigo Guiol comenzó a hablarles de una carta en la que don Bosco escribía poco más o menos en estos términos: <((**It14.606**)) no pasarán de ahí. Si quisiesen echaros, pedid un poco de tiempo para devolver los muchachos a sus familiares y, mientras tanto, Dios hará lo demás 1>>. Oídas estas palabras, que les daban seguridad, dijo el presidente Rostand: -Es inútil que sigamos aquí. Si don Bosco ha escrito esto, vámonos tranquilos, pues no pasará nada. Y salió seguido de los demás. Sin embargo, durante unos días los Salesianos montaron guardia tras las barricadas, hasta que, desechado todo temor, abrieron la puerta de par en par y reanudaron con toda regularidad sus ocupaciones. Pero el Radical y el Petit Provençal no dejaban de gritar, hasta que una orden del Gobernador les impuso silencio 2. 1 ProcŠs verbaux 11 de noviembre. 2 Presentamos en el apéndice (Doc. N.° 70) una muestra de las furias periodísticas, reproduciendo algunos párrafos de un diario marsellés. Los amigos de don Bosco, haciendo suyas en aquellos días las ansiedades de los Salesianos, iban a menudo al Oratorio. El 12 de noviembre estuvo el conde Eduardo Mella, el cual, hablando de los acontecimientos de Francia, contó un interesante episodio de Carlos Alberto. En 1848, cuando la escandalosa expulsión de los Jesuitas en Piamonte, cuatro de ellos se refugiaron en casa del ingeniero Spezia, su exalumno. Una tarde se presentó a su puerta un sargento de Carabineros, preguntando por él. El ingeniero acudió. -Es usted el ingeniero Spezia?, preguntó el suboficial. -Para servirle. ->>Puedo estar seguro de que usted es el señor Spezia? -No miento, digo la verdad. De todos modos, pase usted y pregunte a quien quiera. Entonces el sargento satisfecho introdujo a algunos hombres, que llevaba consigo; después sacó una bolsa y volviéndose a Spezia, le dijo: -Su Majestad le agradece la hospitalidad concedida a los padres Jesuitas y le envía estas cuatro mil liras para sus gastos. Conviene saber que Carlos Alberto no habría firmado jamás una ley de expulsión de los Jesuitas; la ley del 1848 no fue firmada por él, sino por el príncipe Eugenio de Carignano, en su calidad de lugarteniente. (**Es14.516**))
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