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franceses. Arma siempre terrible en Francia, pero
más fatal que nunca entonces, cuando estallaban
continuas reyertas sangrientas entre obreros
italianos y franceses por cuestiones de
nacionalidad.
Para decirlo todo de una vez, añadiremos que
aquel desgraciado obtuvo del Gobierno una plaza en
una escuela pública; pero no tardó en pagar la
pena de su felonía. Aún no había transcurrido un
año, cuando asistiendo desde un palco a una fiesta
pública, se desarmó el tablado y el pobrecito fue
sacado de entre los escombros más muerto que vivo
y con la fractura de cuatro costillas. Se dice
que, repuesto de su mal, llamó a la puerta del
oratorio para que le volviesen a aceptar, pero
que, aun sin poder acceder a su ruego, el Director
le pasaba de vez en cuando algún socorro en
dinero.
A esa buena pieza le apoyaba a hurtadillas
aquel otro anónimo, que encontraba auxiliares
también en algunas cabezas ligeras que vivían con
la comunidad y propalaban fuera cualquier cosa que
oían en la casa, de suerte que sus fantásticas
denuncias estuvieron a pique de enemistar
vehementemente contra los Salesianos al mismo
párroco de San José; pero éste se dio cuenta a
tiempo de las vergonzosas intrigas y así, en la
sesión del 21 de octubre con las Señoras de la
comisión, concluyó con estas palabras; <>.
En las condiciones descritas, los nuestros no
veían ya camino alguno de salvación; mientras se
cerraban unas tras otras, ((**It14.604**)) las
casas religiosas, >>cómo podían ellos esperar
mejor suerte? En efecto, los agentes del Gobierno
ya habían procedido a las operaciones
preliminares, visitando nuestras casas y haciendo
constar que pertenecían a una Congregación
religiosa no reconocida.
Por fin, el día de Difuntos, los Salesianos
recibieron la orden de marcharse en el plazo de
veinticuatro horas, so pena de ser expulsados manu
militari; y, para acabar de disipar toda posible
ilusión, llegaban a oídos de los nuestros en
Marsella los clamores del asalto contra el cercano
convento de los Dominicos.
Como estaba convenido, los Hermanos italianos
pasaron del Oratorio a casa del canónigo Guiol;
los demás siguieron en todo y por todo el ejemplo
de las comunidades ya dispersadas. Lo mismo se
hizo en Niza y en La Navarre. En cada casa se
preparó una protesta escrita para entregar a los
ejecutores, después se trancaron las puertas de
modo que los Comisarios para llevar a efecto su
cometido tuvieran
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