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al Banco Tiberino, cuyo director era el comendador
Caranti, mencionado muchas veces en la
correspondencia. La primera de estas cartas no
necesita comentarios.
Queridísimo Dalmazzo:
Tan pronto como estuve de regreso de Casale, he
repasado el consabido proyecto de la iglesia del
Sagrado Corazón de Roma. He procurado que abarque
nuestra propuesta con las observaciones hechas por
orden de Su Eminencia, el señor Cardenal Vicario.
Te concedo todos los poderes para modificar y
aceptar en el sentido y en los límites que S. E.
creyere más oportunos. Todos estamos animados a
cumplir sus deseos con todos los esfuerzos
posibles.
Sólo le rogaría que nos ayudase para lograr que
la iglesia sea muy espaciosa. Tal como aparece en
el proyecto actual, sólo tendría cuatrocientos
para el público, y nosotros necesitaríamos que
tuviera, al menos, el doble. Porque la nueva
parroquia, antes de estar terminada, ya tendrá más
de seis mil almas. Y esto pediría novecientos
metros para contener un tercio de la población.
Por lo que toca al dinero, hay quien nos ofrece
cien mil liras, al cinco y medio, incluidos los
bienes muebles. Pero, si el Banco Tiberino quiere
abrirnos una cuenta corriente, sería más
conveniente, pues, si podemos vender, como es
probable, los terrenos que tú sabes, hacemos fuego
con nuestra leña.
Habla de ello también con el amigo Sigismondi
y, si podemos conseguir alguna ventaja mayor, la
aceptaríamos muy agradecidos. Di a este nuestro
verdaderamente querido papá que tenemos una
empresa grande, pero que Dios está con nosotros y,
por lo tanto, nada tenemos que temer.
Ofrecerás mis humildes respetos al Cardenal
Vicario, renovando el ofrecimiento de que los
Salesianos serán siempre sus hijos obedientes y
fieles, con plena facultad para esgrimir el látigo
contra todos los que le dieran algo que hacer.
Dios nos bendiga a todos y nos mantenga en su
santa gracia. Saluda a mis hijos, Zucchini y
Giaretto, y pide por mí, que seré siempre en J. C.
Turín, 7 de julio de 1880
Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
((**It14.584**)) Para
excitar la caridad de las personas ricas, piadosas
y rosas, don Bosco las ligaba cada vez más
estrechamente a la Iglesia y al Papa con los
vínculos de las condecoraciones y de los favores
espirituales que, según los casos, se industriaba
por obtenerles de la Santa Sede. Estas personas,
después, sintiéndose así más próximas al Vicario
de Jesucristo y particularmente queridas por El,
gozaban en ser dignas de ello, haciendo todo lo
posible por cooperar en obras, en las que creían
encontrar el soberano beneplácito del Padre Santo.
Precisamente la segunda carta comienza con la
alusión a una doble súplica, de cuya aceptación él
esperaba notables ventajas para la iglesia del
Sagrado Corazón. Pedía la facultad del Oratorio
privado para la viuda Prat, a
(**Es14.498**))
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