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la Roma católica hiciese tan mala figura frente a
los protestantes; ellos ya habían levantado en la
ciudad santa algunos templos con cuantiosos fondos
y los católicos no lograban levantar uno. Era un
desdoro que pudieran decir que la voz del Papa
había tenido tan débil resonancia en el mundo. He
aquí por qué don Bosco, ponderando el pro y el
contra, dudó tanto en un principio para eximirse
de aquel peso tan grave.
Pero vino por fin a sacarlo de todas sus dudas
la palabra del Papa. En la suspiradísima audiencia
del 5 de abril, manifestóle León XIII su propio
deseo, asegurándole que, al dar su asentimiento,
haría algo santo y gratísimo al Papa, porque era
demasiada su pena ante aquella impotencia para
continuar la obra comenzada.
-Un deseo del Papa, contestó don Bosco, es para
mí un mandato, acepto el encargo, que Vuestra
Santidad tiene la bondad de encomendarme.
-Pero yo no podré daros dinero, añadió el Papa.
-Yo no pido dinero a Vuestra Santidad, sólo
pido su bendición con todos los favores
espirituales, que creyere oportuno conceder a mí y
a cuantos cooperen conmigo a hacer que el Corazón
de Jesús tenga un templo en la capital del mundo
católico. Es más; si Vuestra Santidad me lo
permite, levantaré también junto a la iglesia un
oratorio festivo ((**It14.578**)) con un
gran internado, donde, al mismo tiempo, puedan ser
admitidos y encaminados a los estudios y a las
artes y oficios tantos pobres muchachos, como
especialmente en aquel barrio abundan.
-De mil amores respondió el Papa, os bendigo, y
con vos a cuantos cooperen a una obra tan santa,
sobre la cual invoco desde ahora las bendiciones
de Dios. Para las modalidades de la ejecución os
pondréis de acuerdo con el Cardenal Vicario.
Divulgada en Roma la noticia de que don Bosco
había recibido del Padre Santo el encargo de
fundar un colegio en el Castro Pretorio y levantar
allí la iglesia del Sagrado Corazón, algunos
miembros de izquierda de la junta municipal fueron
al ministro de Gobernación, Villa, para saber qué
conducta había que guardar con el nuevo instituto,
que probablemente tomaría grandes proporciones.
Todavía no habían pasado diez años después del
asalto de Porta Pía; y al primer movimiento de
nueva vida vaticana la secta daba la voz de
alarma. Pero el Ministro, que a pesar de lo que
era, conocía bastante bien a don Bosco y, como
diputado representaba al colegio electoral de
Castelnuovo de Asti, después de oírlos en
silencio, dijo francamente a aquellos señores:
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