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pondrían mucho interés en la nueva iglesia de
Roma. Tampoco le parecía que podía contar mucho
con Italia, ante las desastrosas condiciones
económicas del país, ante los excesivos gravámenes
públicos y ante la necesidad de socorrer tantas
buenas instituciones locales como pedían las
nuevas construcciones políticas del Estado. No
ignoraba, además, lo caras que eran las
construcciones en Roma, pues ocasionaban mayores
gastos que en cualquier otra ciudad de Italia.
>>Y no llevaba ya sobre sus hombros un buen
número de obras en construcción? Construía la
iglesia de San Juan Evangelista en Turín y la de
María Auxiliadora en Vallecrosia; edificaba en
Marsella, en Niza, en La Spezia. >>Era prudente
añadir más leña al fuego?
Otro motivo para no arriesgarse era la frialdad
que le parecía descubrir en el recibimiento hecho
al proyecto de una iglesia en el Castro Pretorio.
Habíase pregonado a los cuatro vientos que el
proyectado santuario sería también un monumento a
la memoria de Pío IX; todos los Obispos de la
cristiandad habían sido invitados a recoger
limosnas; pero, después de juntar con dificultad
un centenar de miles de liras, todo se acabó sin
esperanzas de más recursos.
Añadíase una tercera dificultad. Si don Bosco
tomaba sobre sí aquella carga, tenía que ratificar
los contratos estipulados por la anterior
administración, a la que, por añadidura, se
concedía todavía cierta ingerencia en la obra; por
otra parte aquellos contratos eran muy onerosos,
como desgraciadamente solían ser cuando se trataba
de obras emprendidas en nombre del Papa 1.
((**It14.577**)) Mas
por encima de todas estas consideraciones humanas,
se levantaban otras de orden más elevado en la
mente de don Bosco; el honor de la Iglesia y el
honor de la Santa Sede. Era una vergüenza que
1 Este es el lugar oportuno para repetir lo que
en otra parte ya hemos escrito sobre la
desconfianza con que los romanos miraban a los
llamados buzzurri, o piamonteses. Ver a los
piamonteses preferidos en una obra de tanto
relieve no podía dejar de suscitar envidias; y,
dado el estado de los ánimos, la cosa no debe
causar extrañeza. En efecto, divulgada la noticia,
una comisión de eclesiásticos acudió a un Prelado
para que la presentara al Cardenal Vicario, como
protesta contra la humillación, a la que se quería
someter al clero de Roma. su Eminencia, después de
escucharlos con amabilidad, no intentó
contradecirlos, sino que se limitó a preguntar
sencillamente si ellos se sentían con fuerzas para
cargar con aquel peso, añadiendo que todavía se
estaba a tiempo. Se declararon dispuestos. El
Cardenal prometió cumplir sus deseos.
-Con don Bosco la cosa queda arreglada pronto,
añadió. Me pondré al habla con el Padre Santo. Don
Bosco no tiene dificultad en ceder la empresa.
Entonces ellos muy ufanos, le dijeron que
formarían una comisión, preguntaron cuánto recibía
don Bosco de la Santa Sede por aquella
construcción.
-Nada, contestó Su Eminencia, y les expuso
después, en breve, la relación de los mayores
gastos necesarios y manifestó su convicción de que
en Roma muy poco podrían recoger. Fue una ducha de
agua fría, que apagó en un abrir y cerrar de ojos
los ánimos enardecidos.
(**Es14.492**))
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