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del mundo católico, sin olvidar la catedral de
Milán. Ya sé que este exclusivismo fue
consecuencia de la historia, pero ésta es una
ocasión para hacerla desaparecer>>.
De todos modos el proyecto de Béthune fue
atentamente examinado. El Cardenal Vicario
contestó:
<((**It14.574**))
levantar una iglesia de estilo absolutamente
gótico, sería muy oportuno el proyecto presentado;
sin embargo, aquí en Roma, para edificios de esta
clase, encuentra mayor aceptación el estilo
clásico. Además, efectuándose aquí las obras con
las medidas y formas prescritas, la ofrenda de
cien mil francos, aunque muy considerable, no
sería suficiente, según los cálculos hechos para
lograr el fin>>.
A su vez Vespignani, insigne representante del
clasicismo romano, escribía en una relación al
Cardenal Vicario:
<>.
El padre Maresca opinaba diversamente, por lo
cual aconsejó a la Baronesa que persuadiera al
cardenal Dechamps para que lo tratara con el Papa.
Pero Su Eminencia se desentendió, creyendo que no
debía añadir nada a lo que ya había escrito a
Roma. Y así, por una cuestión bizantina, se perdió
la cuantiosa oferta. Nosotros estamos convencidos
de que la habilidad de don Bosco habría encontrado
la manera, para decirlo con una frase popular, de
nadar y guardar la ropa; pero su nombre no había
entrado en liza todavía en este asunto.
Lo cierto es que muy pocos en el mundo
poseyeron como don Bosco el arte, o mejor, el don
de saber encontrar los medios necesarios para
llevar a cabo tantas y tan grandes obras de bien.
Así, por ejemplo, por lo que se refiere a la
iniciativa romana, aunque lanzada desde un puesto
tan alto y recomendada por nombres de la más
rancia y venerable nobleza, después de los
primeros entusiasmos, se paralizó completamente.
La falta de dinero obligó a suspender los
trabajos, cuando la construcción apenas si estaba
a flor de tierra. El Papa, que ya tenía que
sostener los gastos de la monumental construcción
del ábside de san Juan de Letrán y del grandioso
lazareto de Santa Marta, en el Vaticano, quedó
afligidísimo por ello, y no podía resignarse a
aquella especie de fracaso; pero la Providencia le
envió a
1 Bárbaro: típico de los pueblos que abatieron
el imperio romano. (N. del T.).
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