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Estas empezaron enseguida con presteza. Se
comenzó por el movimiento de tierras para hacer
desaparecer un montículo que estorbaba el
emplazamiento de la obra, porque se elevaba unos
metros sobre el nivel de la calle; después se
comenzaron las excavaciones del terreno para la
cimentación. Y aquí se tropezaron los obreros con
un gran obstáculo, frecuente en el subsuelo
romano: aparecieron en seguida altas galerías
subterráneas, excavadas en tiempos remotos para la
extracción de la puzolana 1, que se emplea en
Roma, como en otras partes la arena, para la
argamasa. Este contratiempo obligó a bajar a
catorce metros de profundidad para encontrar el
firme que permitiese empotrar los cimientos. Se
pudo colocar la primera piedra, con la ((**It14.573**))
bendición del Cardenal, el día 17 de agosto de
1879, dedicado a San Joaquín y día onomástico del
Papa.
El plano de la iglesia, de estilo bramantesco
2, había sido trazado por el conde Francisco
Vespignani, arquitecto de los sacros palacios,
cuando ocurrió un curioso incidente desde Bélgica
3. La circular enviada por el Cardenal Vicario al
Episcopado en 1878 había llamado la atención de la
baronesa De-Monier, que estaba dispuesta a ofrecer
cien mil francos para la construcción de la
basílica, pero a condición de que se adoptasen los
planos del arquitecto barón De Béthune, su
paisano. Es más, la donante no daría nada por un
edificio sagrado de estilo renacentista, pues ella
quería en Roma una iglesia gótica o bien románica.
El cardenal Dechamps, arzobispo de Malinas,
accedió a informar al Cardenal Vicario.
Ciertamente la condición impuesta creaba serias
dificultades, máxime por el hecho de que ya se
estaban echando los cimientos, según los planos de
Vespignani; sin embargo, el Cardenal Vicario rogó
al Cardenal belga que le enviara el proyecto
propuesto, pero observándole que en Roma no
gustaban aquellos dos estilos. A lo que replicó el
Arzobispo de Malinas, al enviar los planos:
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