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cansaba de remediar las necesidades religiosas de
su ciudad de Roma.
El 8 de diciembre de 1870, él había glorificado
a San José proclamándolo Patrono de la Iglesia
universal, y, al poco tiempo, adquirió a sus
expensas un trozo de terreno en el Esquilino con
la intención de levantar en él una iglesia
dedicada al gran Patriarca. Pero, al poco tiempo,
cambió de parecer. En 1871 los Obispos de Italia
anduvieron a porfía para consagrar solemnemente
sus diócesis al Corazón adorable de Jesús, y de
ahí surgió la idea de que en la ciudad del Vicario
de Cristo debía levantarse un gran santuario
dedicado al divino Corazón de Jesús, desde donde,
como de horno perenne, irradiara nuevo ardor de
piedad de la urbe al orbe entero. Propagandista de
la idea fue el padre Maresca, barnabita, que
dirigía el Mensajero del Corazón de Jesús. Este
fue el motivo por el cual el angélico Pío IX
dispuso que en dichos terrenos se levantase el
templo proyectado, pero ya no a san José, sino al
Sagrado Corazón de Jesús, alegrándose mucho de
que, desde el punto más alto de la ciudad eterna,
el Corazón adorable del Redentor bendijese al
mundo entero como desde un gran trono.
Pero desgraciadamente las cosas iban despacio
y, mientras el nuevo barrio se ensanchaba en todas
direcciones, las parroquias colindantes de Santa
María de los Angeles, de San Bernardo, de Santa
María la Mayor y de San Lorenzo Extramuros no
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bastaban para atender tantas almas. Remediaba como
podía la necesidad aquel santo varón que fue el
padre franciscano Ludovico de Casoria, ayudado por
jóvenes seglares de Acción Católica, entre los que
se distinguía el abogado Perícoli; una humilde
capilla, abierta en un edificio algo más allá del
lugar donde se iba a construir la iglesia, atendía
a las exigencias del culto. Mientras tanto la
muerte arrebató al gran Pío IX, sin que se hubiese
hecho todavía nada para realizar su proyecto.
La subida de León XIII al trono pontificio
señaló el verdadero comienzo de la empresa. El,
que desde el obispado de Perusa había sido uno de
los primeros en consagrar su diócesis al Sagrado
Corazón, conocidas las intenciones de Pío IX,
activó su ejecución cuanto pudo.
El día primero de agosto de 1878 invitó, por medio
de su Vicario el cardenal Mónaco La Valletta, con
una carta latina dirigida a todos los Obispos del
orbe católico, excepto a los de Francia, ya
comprometidos en la construcción de la Basílica de
Montmartre, a contribuir mediante colectas locales
a la grandiosa empresa. Se confió la recolección
de las piadosas limosnas a la federación en pleno
de Sociedades Católicas de Roma; una Comisión,
nombrada por el Cardenal entre los miembros del
Patriciado Romano y presidida por el marqués Julio
Merighi debía vigilar la marcha de las obras.
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