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((**Es14.475**) caballero! No soy profesor, ni tengo el diploma de primera clase elemental. Cuando me presente a san Pedro, me dirá: ->>Cómo es eso? >>Valía la pena vivir tanto tiempo sin obtener una patente, una cruz? íFuera, fuera de aquí! Y me dará con las llaves en las narices. Todos se reían, sobre todo por la manera de decir aquellas palabras. Después, dijo la señora: -Usted no tiene nada, porque no quiso aceptar nada. Los convidados callaron. ->>Qué dice usted?, le contestó. >>Qué yo no quiero aceptar nada? ..Haga la prueba; déme unos miles de liras para mis pobres muchachos y ya verá usted ísi no quiero aceptar nada! La señora, desorientada ante una respuesta tan imprevista, intentaba hallar ((**It14.556**)) palabras adecuadas al caso; entonces don Bosco le auxilió cambiando mañosamente de conversación. El dio así una lección a la vanidad, especialmente de los eclesiásticos; en otra ocasión, siempre en la mesa, la lección fue de otro género. En noviembre había ido a predicar el sermón de difuntos en la parroquia de San Martín de Tánaro. El párroco, hombre conocido por lo obstinado que era en sus ideas, había fundado una pequeña congregación religiosa femenina, empleando para ello un capital de doce mil liras y exigiendo de cada postulante mil liras de dote, cuya suma aseguraba con una hipoteca, si la dote no era entregada enseguida. Aquel día había invitado a comer a algunos sacerdotes. Presentaron a la mesa un hermoso pavo. Don Bosco se sirvió solamente la cabeza y, golpeándola con el cuchillo, decía: -Qué cabeza más dura! íQué cabeza más dura! El párroco le puso otra vez delante la fuente para que se sirviera mejor. -Deje que atienda lo mío; contestó don Bosco. Y seguía descargando golpes y repitiendo. -íQué cabeza más dura! íQué cabeza más dura! Por fin consiguió romper el hueso. -íQuién diría, exclamó entonces, que en una cabeza tan dura, hubiese tan poco seso! Los que estaban a su lado, que lo oyeron, comprendieron muy bien que la lección era para el párroco; pero éste no se dio por aludido. Lo cierto es que los hechos demostraron cuánto necesitaba semejante lección. En efecto, muerto en 1890, dejó un testamento hecho con tan poco criterio que el ayuntamiento, aunque reconoció sus méritos en favor del pueblo, no se atrevió a dedicarle ni una lápida conmemorativa, como alguno había propuesto. (**Es14.475**))
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