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boca, como dispuesta a morderles la lengua apenas
abriesen los labios. El rostro de aquellos jóvenes
era tan horrible que me infundía espanto; tenían
la vista extraviada, la boca torcida, y asumían
expresiones que causaban pavor.
Temblando de pies a cabeza, pregunté nuevamente
qué significaba aquello y se me respondió:
->>No lo ves? La serpiente antigua oprime la
garganta con una doble vuelta para no dejar hablar
en la confesión a esos infelices y con su lengua
venenosa está al acecho para morderlos si abren la
boca. íPobrecillos! Si hablasen harían una buena
confesión y el demonio nada podría contra ellos.
Pero no hablan por respeto humano, permanecen con
la conciencia cargada de pecados, van a confesarse
una y otra vez, sin determinarse a arrojar fuera
el veneno que llevan en el corazón.
Entonces dije a mi compañero:
-Dame los nombres de todos éstos para que yo
pueda recordarlos.
-Bien, bien, me dijo; escribe.
-Pero es que no hay tiempo, le contesté.
-Vamos, vamos, escribe.
Comencé a hacer lo que me había ordenado, pero
pocos nombres pude escribir, pues todos
desaparecieron de mi vista. Y mi compañero añadió:
-Ve y di a tus jóvenes que estén alerta y
cuéntales cuanto has visto.
-Dame una prueba, añadí, para que me pueda
persuadir de que esto no es un sueño simplemente
sino una advertencia del cielo en favor de mis
muchachos.
-Bien, me dijo, pues presta atención.
Entonces apareció la luz que aumentaba cada vez
más y volví a ver a los jóvenes que llevaban el
lirio y la rosa. La luz seguía creciendo por
instantes, de forma que pude apreciar que aquellos
muchachos estaban contentos; una alegría angelical
se reflejaba en sus rostros.
Yo seguía observando la escena lleno de
admiración, mientras la luz ((**It14.555**))
aumentaba de intensidad más y más, llegando a tal
punto que se oyó una terrible detonación. Al
producirse aquel ruido me desperté y me encontré
en mi lecho tan cansado que aún ahora me siento
falto de fuerzas.
Ahora vosotros dad a este sueño el crédito que
se puede prestar a los sueños; por mi parte, os he
de decir que también hay en él algo de realidad.
Ayer por la noche y hoy he querido hacer algunas
experiencias y como fruto de ellas debo aseguraros
que no se trata simplemente de un sueño, sino
también de una prueba de la gran misericordia del
Señor que quiere salvar a algunos desgraciados.
Caen bien aquí dos saludables advertencias
dirigidas a sacerdotes para apartarlos de fatuas
vanidades mundanas y de cierta dañosa obstinación
en obrar a su manera; pero las hizo en forma algo
original, felicísimo como era para encontrar
agudezas eficaces para la corrección.
Un día del 1880 estaba sentado a la mesa del
señor X., en su casa de campo de Moncalieri, con
muchos otros convidados. La mayor parte de éstos
para honrar al anfitrión llevaban sobre el pecho
sus condecoraciones caballerescas; también había
algunos eclesiásticos condecorados con semejantes
cruces. Llegados al momento en que la conversación
empezaba a animarse, se le ocurrió decir a don
Bosco:
-íBonita figura la mía, sin ningún título! íNo
soy comendador, ni
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