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CAPITULO XXII
PRECIOSOS DOCUMENTOS DE VIDA
ESPIRITUAL
CASTIDAD, pobreza y confesión bien hecha, son tres
cosas sobre las cuales le gustaba a don Bosco
tratar a menudo cuando hablaba a sus hijos y para
sus hijos. El año 1880 nos ofrece dos hechos, tres
casos, una premonición y un sueño que se refieren
a este triple tema.
Nuestro monseñor Costamagna recibió amplia
facultad para comunicar al primer historiador del
Beato cuanto vamos a decir, a condición, sin
embargo, de callar el nombre 1. Un muchacho del
Oratorio tuvo la desgracia de caer y recaer en
pecado grave contra la virtud angélica, durante el
tiempo de las vacaciones. En otoño de 1880, vuelto
del pueblo con el alma manchada por el pecado,
corrió en seguida a confesarse con don Bosco, el
cual hizo con él lo que no se sabe haya hecho
nunca con otros. Oída la acusación, apretó muy
fuerte la cara del penitente contra la suya,
diciéndole:
-íQuiero que no cometas estos pecados en toda
tu vida!
Diríase que en aquel momento el amor a la
pureza del alma del confesor se transfundió al
alma del pequeño pecador; pues éste, crecido y
hecho religioso, en 1899 decía estar dispuesto a
jurar ante Dios el efecto prodigioso ((**It14.549**)) que en
él se produjo, con la que monseñor Costamagna
llama <>.
Y el efecto fue que le pareció sentir
extirparse de su corazón las perversas
inclinaciones, hasta el punto de que volvió a
vacaciones, fue después al servicio militar, y
viéndose en uno y otro tiempo expuesto a graves
peligros de ofender a Dios, nunca más cayó en sus
antiguas miserias.
Sensibilísimo en materia de pobreza salesiana,
don Bosco se alzaba con energía, no sólo contra
toda transgresión, sino también contra todo lo que
le parecía que amenazaba de lejos la perfecta
observancia. Durante el segundo invierno pasado en
San Benigno, un superior de
1 Carta a don Juan Bautista Lemoyne; Santiago
de Chile, 22 de febrero de 1899.
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