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da un salto hacia un lado y le clava en la cerviz
unas banderillas. El animal herido se lanza contra
otro, que le asesta un nuevo golpe. Entonces el
toro se enfurece, muge desesperadamente, da
vueltas de acá para allá en el ruedo, intentando
derribar a todo el que se pone delante; pero en
todas partes encuentra adversarios, que, con el
mismo intento lo esperan y lo acribillan con sus
golpes en los costados, en la cabeza, en la cerviz
y uno le descarga una estocada en la nuca; de
suerte que, después de tantos inútiles esfuerzos,
la bestia cae redonda al suelo y muere 1.
-La unión de los lidiadores, observó Pío IX, es
la que cansa, vence, derriba la ferocidad del
toro. Los enemigos de Dios y de la Iglesia, contra
los que debemos luchar, son llamados toros en la
Sagrada Escritura: Tauri pingues obsederunt me
(hombres enfurecidos como toros me han cercado),
quejábase el real profeta 2. La misma queja
tenemos que repetir nosotros en estos tristísimos
tiempos. >>Pero queremos derribar a estos enemigos
y alcanzar la victoria? Estemos todos unidos
contra ellos, como una compacta falange, y
guardémonos de lanzar embestidas, de emplear la
pluma o la voz unos ((**It14.543**)) contra
otros.
-Si estas palabras no son idénticas a las que
salieron de labios del gran Pío IX, son éstos,
empero, los pensamientos de su discurso.
Os he recordado este acontecimiento y estas
palabras, beneméritos cooperadores y cooperadoras,
para que comprendáis plenamente la necesidad que
hoy existe de que los buenos cristianos se unan
entre sí, para promover el bien y combatir el mal,
porque vis unita fortior, la unión hace la fuerza.
Desde 1841, cuando este pobre sacerdote comenzó
a reunir jovencitos en los días de fiesta,
apartándolos de las calles y plazas para
entretenerlos con diversiones honestas e
instruirlos en nuestra santa religión, ya sintió
la necesidad de tener Cooperadores que le
ayudasen. Por eso, desde entonces muchos
sacerdotes y seglares de la ciudad y, más tarde,
piadosas señoras, aceptando su invitación, se
unieron a él para ayudarlo, unos llevándole
muchachos, otros asistiéndolos y catequizándolos;
después le ayudaron las señoras y las comunidades
religiosas remendando los trajes, lavando y
proveyendo de ropa blanca a los más necesitados y
abandonados. Con la ayuda de Dios y la caridad de
estas buenas personas, lo que haya podido hacer
este sacerdote y lo que hagan actualmente los
Salesianos, ya lo sabéis vosotros por la lectura
del Boletín Salesiano y no hace falta repetirlo
aquí.
Visto el bien que tantas personas juntas hacían
en favor de la juventud pobre, se pensó en crear
una asociación formal, con el título de Pía Unión
de los Cooperadores Salesianos y hacerla aprobar
por el Vicario de Jesucristo. Muchos Obispos,
después de haberla reconocido en sus diócesis, la
recomendaron a la Santa Sede y tengo la
satisfacción de contar, entre los que más
encarecidamente la promovieron, a Su Excelencia
Reverendísima Monseñor Pedro María Ferré, nuestro
veneradísimo Pastor. El Padre Santo Pío IX, de
santa memoria, examinado el proyecto, lo aprobó;
es más, deseando que la Pía Unión tomase mayor
incremento, abrió los tesoros de las santas
indulgencias. Desde el año de esta aprobación,
1876, hasta el día de hoy, los Cooperadores y
Cooperadoras han aumentado en número hasta llegar
a treinta mil, y aumentan cada día, a medida que
la Pía Sociedad es conocida entre los fieles.
1 Se ve, a juzgar por la presente descripción,
que Pío IX y don Bosco habían oído campanas, pero
desconocían qué es una corrida de toros en una
plaza cerrada, y, como debían saber muy poco de
tauromaquia, no describen cómo un torero lidia o
burla los ataques del toro, con distintas suertes,
hasta darle muerte. (N. del T.)
2 Sal. XXI, 13.
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