((**Es14.463**)
Viniendo más a lo positivo, señaló como obra
especial la instrucción religiosa de la juventud.
Un Cooperador, una Cooperadora pueden hacer un
gran bien con limosnas y buenos consejos, pero más
todavía prestándose al párroco para llevar a los
muchachos a la catequesis. El catecismo en los
oratorios festivos es la única tabla de salvación
para muchos pobres jóvenes inmersos en la
perversión general de la sociedad. Los párrocos y
sacerdotes no pueden, con todo su celo,
encontrarse ciertamente en todo lugar y, en el
ministerio de catequizar, necesitan ayudantes, que
lleven los muchachos a la iglesia, que exhorten a
los padres para que los envíen, que asistan a las
clases, que enseñen la doctrina. A este propósito
citó un ejemplo. En un pueblo de seis mil
habitantes, sólo iban al catecismo unos cuarenta
muchachos. Pues bien, los Cooperadores atrajeron
en poco tiempo a cuatrocientos bajo la dirección
del párroco y lograron que por Pascua se
confesaran y comulgaran unos setecientos,
cuatrocientos de los cuales, de ambos sexos,
hicieron la primera comunión 1.
Enumeró, por fin, otras obras de caridad
posibles, e incluso fáciles para los Cooperadores,
como devolver la paz a las familias, conducir al
buen camino a algún extraviado, proporcionar ayuda
a quien carece de medios; pero todo hecho con
dulzura, ((**It14.542**))
caridad y prudencia, tres virtudes características
del buen Cooperador Salesiano. A la caridad de los
presentes recomendó de modo especial, como era
lógico, el nuevo colegio que se acababa de abrir
en San Benigno.
De la enjundiosa conferencia del 1.° de julio
en Borgo San Martino, estamos en condiciones de
ofrecer a los lectores las partes más notables,
casi con las mismas palabras del Beato. Presidía
la reunión monseñor Ferré, obispo de Casale. Don
Bosco empezó felizmente de esta manera:
Me encontrabaa en Roma el día en que el
inmortal Pontífice Pío IX, de santa memoria,
recibía en audiencia pública a los representantes
de la prensa católica y recuerdo todavía el
magnífico discurso que pronunció aquel día. Para
animar a los escritores católicos a combatir
victoriosamente contra el enemigo de Dios y de la
Iglesia, Pío IX los exhortó a estar unidos entre
sí y puso por ejemplo la corrida de toros en
España. Sin aprobar en absoluto el espectáculo,
que recuerda el dominio de los moros en aquel
país, el Padre Santo describió cómo se se dan maña
los toreros para vencer y derribar al indómito
animal. En una gran plaza, ante una inmensa
multitud de gente, colocada tras la barrera que la
separa del ruedo, se abalanza el tremendo
cuadrúpedo. El toro, provocado por los gritos,
lidiado por los toreros, impelido por su furor,
lanza horrendos mugidos, se precipita contra uno y
contra otro y baja la testuz para atravesarlo con
los cuernos; pero el torero, cuando lo tiene
cerca,
1 Para otro caso, véase Apéndice, Doc. N.° 64.
(**Es14.463**))
<Anterior: 14. 462><Siguiente: 14. 464>