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pero, cuando sus obras comenzaron a despertar
tanta admiración en el mundo civil, no habría
parecido verosímil que todavía hubiese alguien que
quisiera recurrir a actos de tan salvaje barbarie.
Y, sin embargo, en el año de gracia 1880, sufrió
dos atentados, a corta distancia uno de otro,
quizá relacionados entre sí, y urdidos por los
sectarios para quitar de en medio violentamente a
nuestro buen Padre.
El primer golpe debía darse una de las últimas
semanas de junio, por un exalumno del Oratorio que
se llamaba Alejandro Dasso y vivía de su trabajo
en Turín. Se presentó en la portería pidiendo
hablar con don Bosco. Como conocía la casa, llegó
por su cuenta hasta la habitación y fue
introducido en ella. Tenía los ojos extraviados y
parecía un hombre abstraído y preocupado por algo
que atender muy distinto de quien estaba delante.
Don Bosco lo recibió ((**It14.516**)) con su
acostumbrada amabilidad; pero, como el mozo
callaba y parecía que una creciente agitación lo
llevaba al paroxismo, el Siervo de Dios le
preguntó:
->>Qué quieres de mí? íHabla! Ya sabes que don
Bosco te quiere.
Entonces el infeliz se postró de rodillas,
rompió a llorar y sollozando le contó una fea
historia. Se había inscrito en la masonería, la
secta había condenado a muerte a don Bosco y se
habían sacado a suerte doce nombres, doce
individuos debían sucederse por aquel orden para
cumplir la sentencia.
-íA mí me ha tocado ser el primero,
precisamente a mí! íY para esto he venido!... Pero
yo no haré jamás semejante acción. Cargaré sobre
mí la venganza de los otros; revelar el secreto es
mi muerte, estoy perdido, ya lo sé, pero >>matar
yo a don Bosco: íJamás!
Dicho esto, sacó el arma escondida y la arrojó
al suelo.
Don Bosco lo levantó, intentó calmarlo, darle
seguridad, pero todo fue inútil, el pobrecito
salió precipitadamente de la habitación como si
una fuerza misteriosa lo empujase hacia el abismo.
El Beato escribió en seguida una cartita al padre,
hombre muy prudente, invitándole a ir urgentemente
al Oratorio, donde le puso al tanto de todo. Pero
su hijo desgarrado por los remordimientos, el 23
de junio se echó vestido a las aguas del Po. Los
empleados de consumos lo sacaron a tiempo y lo
entregaron a dos policías, que se lo llevaron a su
casa. Dos días más tarde escribió el padre a don
Bosco para contarle lo sucedido y pedirle ayuda:
-<>.
Don Bosco volvió a ver varias veces a este
padre desgraciado con quien concertó la manera de
volver al hijo al buen camino, librándolo
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