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poco a Turín y me di prisa para venir a verle.
Aquí me tiene para pedirle por favor que me
confiese.
Con mucho gusto lo hice. Y antes de
despedirnos, le pregunté:
->>Qué te indujo a pedirme que te confesara?
>>Sabéis qué me contestó? Escuchad:
-Al ver a don Bosco vino a mi mente el recuerdo
de las artes que empleaba para arrastrarme al
bien, me recordó las palabras que me decía al
oído, su deseo, sus invitaciones para que fuera a
confesarme, y estos recuerdos me han metido en el
corazón las ganas y me han inducido a ello.
Queridos hijos míos, si un militar, en medio de
los muchos peligros de su profesión, con tantas
conversaciones como habrá oído, conserva, sin
embargo, el recuerdo de las verdades religiosas
aprendidas en su juventud y, llegada la ocasión
propicia, pide confesarse y se confiesa: >>por qué
vamos a desanimarnos y acobardarnos, si no nos
vemos correspondidos inmediatamente en la
educación de los muchachos? Sembremos e imitemos
después al labrador, que espera con paciencia el
tiempo de la cosecha. Pero, os repito, no olvidéis
jamás la dulzura de los modales; ganaos el corazón
de los jóvenes por medio del amor; acordaos
siempre de la máxima de san Francisco de Sales: Se
cazan más moscas con un plato de miel que con un
barril de vinagre.
El discursito de don Bosco no terminó aquí;
pero nos falta la continuación. No hemos de pasar
por alto la manera graciosa con que anunció para
el domingo de la Santísima Trinidad de 1891
((**It14.515**)) los
cincuenta años de su primera misa.
-Es verdad, dijo, que en once años habrá tiempo
para hacer las invitaciones del caso; pero yo os
invito desde hoy a todos los aquí presentes a
comer conmigo en aquella circunstancia y os ruego
que ninguno falte. Comienzo también por fijar el
servicio religioso. El teólogo Reviglio, cura
párroco de San Agustín será el diácono; don
Vaschetti, vicario foráneo de Moncalieri, actuará
de presbítero asistente; el teólogo Ascanio.
Savio, rector del Refugio, será el maestro de
ceremonias. Lo demás se fijará a su tiempo. Pero
si aquel que tiene en sus manos las llaves de la
vida y de la muerte, dispusiera otra cosa de
nosotros, hagamos de manera, queridos hijos míos,
que nos encontremos todos sin falta en el cielo
para aquellas fiestas, que nunca tendrán fin.
DOS ATENTADOS
Los triunfos de don Bosco turbaban el sueño a
los enemigos de Dios y de la Iglesia, de suerte
que se llegó a la extrema violencia de armar
contra él manos homicidas. Ya saben los lectores
cuántas otras veces corrió peligro la vida del
Beato a causa de cobardes agresiones;
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