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nuevo a la virtud. Haciendo así, veréis dar fruto
a vuestro ministerio, cooperaréis a formar buenos
cristianos, buenas familias, buenos pueblos y
levantaréis para el presente y para el porvenir un
dique contra la irreligión y el vicio desbordante.
Mas, para triunfar con los jovencitos,
proponeos firmemente tratarlos con buenos modos;
haced que os amen y no os teman; decidles y
convencedles que lo que deseáis es la salvación de
sus almas; corregid con paciencia y caridad sus
defectos; sobre todo, absteneos de pegarles; en
fin, industriaos para lograr que, cuando os vean,
corran hacia vosotros y no escapen, como hacen por
desgracia en muchos pueblos y las más de las veces
tienen motivo para ello, porque temen los golpes.
Tal vez os parezca que, para algunos, todo cuidado
y trabajo es perder el tiempo y resulta inútil
vuestro sudor. De momento quizá sea así, pero no
siempre, ni siquiera para los que os parecen más
reacios. Las buenas máximas con las que oportuna e
inoportunamente los habéis empapado, los rasgos de
amabilidad que habéis tenido con ellos, quedarán
grabados en su mente y en su corazón. Tiempo
vendrá, en que la buena semilla germinará, echará
sus flores y producirá sus frutos.
Para confirmároslo, os contaré un hecho que me
sucedió hace pocas semanas. A primeros de este
mes, vióse merodear alrededor de la iglesia de
María Auxiliadora y de la tapia del Oratorio a un
militar que era capitán. Buscaba con sus ojos un
lugar que había cambiado de aspecto. Después de
inútiles pesquisas, preguntó a uno de los nuestros
que entraba en casa:
-Por favor, >>sabría decirme dónde está el
Oratorio de don Bosco.
-Aquí lo tiene, señor.
->>Es posible? En otro tiempo aquí había un
campo, allí una casucha que amenazaba ruina; la
iglesia era una mísera capilla que desde fuera ni
se veía.
-He oído contar muchas veces que las cosas
estaban precisamente como usted dice; pero yo no
tuve la suerte de verlas. Lo que le puedo asegurar
es que éste es el Oratorio llamado de San
Francisco de Sales o como usted ((**It14.514**)) dice,
el Oratorio de don Bosco. Si usted quiere entrar,
hágalo con toda libertad.
El capitán entró, examinó la casa por un lado y
por otro y, después, maravillado, preguntó:
->>Y dónde tiene don Bosco su habitación?
-Allá arriba.
->>Se le podría hablar?
-Creo que sí.
Le acompañaron y se presentó. Nada más verme,
exclamó:
-Don Bosco, >>me conoce todavía?
-No recuerdo haberle visto nunca.
-Y, sin embargo, me vio, me habló, trató
conmigo muchas veces. >>No se acuerda de un tal
V..., que por los años 1847, 1848 y 1849 le dio
tantas molestias y fastidios, le hizo repetir
tantas veces ísilencio! en la iglesia; que durante
el catecismo le tenía siempre a su lado para que
no molestase a los compañeros y que, a duras
penas, iba a confesarse?
-íVaya si me acuerdo! Recuerdo también que, a
menudo, al oír el toque de la campanilla para ir a
la iglesia, él entraba por una puerta y salía por
la otra, obligando a don Bosco a correr tras él.
-Pues bien, yo soy precisamente aquél.
Me contó después las principales vicisitudes de
los casi treinta años que han transcurrido desde
1850 hasta ahora, y me dijo:
-Pero yo nunca he olvidado ni a don Bosco ni a
su Oratorio; he llegado hace
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