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lengua con tanta libertad, como puede conceder el
amigo más confidente, y debo decir que fue más lo
que yo dije que lo que dijo el santo varón.
Observé y noté, que mientras yo no guardaba
ciertos miramientos y atenciones interrumpiéndole
cuando hablaba, él no me interrumpía a mí, y
cortaba su discurso tan pronto como oía mi primera
palabra. Tuvo la paciencia de escuchar una tras
otra las varias recomendaciones de varios donantes
y después la de esperar a que yo hiciese la suma
total de las ofrendas, pues yo, en mi negligencia,
no la había hecho antes, y observé que, incluso
para no ponerme en apuros, me entregó un lápiz y
se apartó a una conveniente distancia, atendiendo
a otra cosa>>. Le entregó, además, una carta
colectiva de cuatro clérigos de su seminario de
Portogruaro. La conversación se prolongó hasta que
sonó la campana para la cena, terminada la cual,
le dijo amablemente el Beato:
-Si no fuera porque molestaría a su Obispo, le
cerraría las puertas para que no saliera del
Oratorio.
-No me opondría, contestó don Antonio
Agnolutto; pero creo que sería un estorbo aquí.
->>Quiere, replicó don Bosco, una parroquia de
diez mil almas, que tengo en América?
-La aceptaría, si Dios lo quisiera así; pero
tendría usted mucho que rehacer y mucho que añadir
en mí.
->>Quiere una de quince mil almas?
-Las mismas razones y aún más me lo impedirían.
Con estas palabras se despidieron, deseándose
recíprocamente las buenas noches. Pero las
palabras del Beato quedaron clavadas en el ánimo
del sacerdote, despertando en él el pensamiento de
que en ellas estuviese expresada la voluntad de
Dios; por lo cual no quiso partir sin tener antes
otro encuentro para pedirle explicaciones. Por
eso, la mañana del 25, día de la ((**It14.507**))
salida, estuvo al acecho en la habitación que le
habían asignado y ante la cual don Bosco tenía que
pasar para bajar. Lo oyó, salió y, allí mismo en
el descansillo de la escalera, le pidió de
rodillas la bendición y lo acompañó después hasta
la sacristía, donde, animándose, le pidió consejo.
El Beato, después de pensar un rato, le dijo que
volviese a su diócesis, le recomendó siguiera
siendo siempre un buen Cooperador salesiano y le
prometió que le escribiría tan pronto como
pudiese. En efecto, cumplió la palabra el 17 de
junio, incluyendo también una carta para los
cuatro clérigos antes mencionados.
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