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echó al suelo, arrastrándose para esconderse;
enmudeció y daba puntapiés a todo el que se le
acercaba e intentaba agredir con las manos
especialmente a los sacerdotes. Reducido a la
impotencia por los forzudos brazos de los que lo
sujetaban de pies y manos, se esforzaba por morder
y arrojarse contra ellos. Terminada ((**It14.489**)) la
misa, aunque se agitaba mucho y se resistía a
seguir adelante, lo llevaron en vilo y con enorme
esfuerzo a través de la iglesia hasta la
sacristía. Todos vieron cómo, al pasar ante el
Santísimo Sacramento, los dientes del infeliz
rechinaban horriblemente y le oyeron lanzar un
silbido prolongado como el chirrido de algo que se
está friendo en una sartén. Llegaron finalmente a
donde estaba don Bosco, profundamente recogido en
su acción de gracias después de la santa misa.
Don Bosco se levantó del reclinatorio, miró al
obseso con gran lástima, lo bendijo, rezó sobre él
unas oraciones e indicó a los padres unas
oraciones para rezarlas a diario durante todo el
mes de mayo. Hizo después unas preguntas al pobre
infeliz, que no contestó con palabras, sino con
gestos a la manera de los mudos. Escupía a la
medalla que don Bosco le daba a besar, intentando
agarrarla con las manos para tirarla, queriendo
morderla con los dientes para hacerla añicos. Don
Juan Marenco, que llevaba en un relicario un
cabello, perteneciente según la tradición popular
a la Virgen, quiso experimentar la autenticidad de
la reliquia, se la acercó, sujetándola muy
apretada en el puño para que el energúmeno no la
viera; pero éste se puso al instante tan furioso
que causaba verdadero espanto.
Dijeron los padres que se llamaba Francisco,
que les era imposible hacerle rezar, y que tampoco
dejaba rezar a los familiares. Refirieron los
mismos que había caído en este estado el día de
San José y que, por dos veces, se había tirado
desde una ventana a cinco metros del suelo sin
hacerse ningún daño.
Sacado otra vez afuera a fuerza de brazos, tan
pronto como se encontró lejos de la vista de
personas eclesiásticas y de objetos sagrados,
recobró el dominio de sí mismo, se puso a caminar
por su propio pie y, hablando normalmente, decía,
entre otras cosas, que tomaría la medalla lejos de
la ciudad, porque de lo contrario quedaría muerto.
Hay que esperar que con el mes de la Virgen
terminase también la obsesión, merced ((**It14.490**)) a las
oraciones ordenadas por don Bosco; pero nada
sabemos de ello 1.
1 Entre los meses de junio y julio, un
sacerdote de Lucca, don Rafael Cianetto, más tarde
párroco de san Leonardo, en Borghi, tal vez
recordando el hecho que contamos, recomendó a don
Bosco una joven que le parecía atormentada por el
espíritu del mal. El Beato le contestó:
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