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el pensamiento de que iba a perder a la hija,
quería absolutamente que curara con las oraciones
de don Bosco. Don Francisco Dalmazzo volvió a
preguntar qué respuesta daba.
-Nada, repitió don Bosco. Ella no sabría educar
a esa niña; por lo tanto, es mejor para su alma
que muera.
Un telegrama anunció cinco días mas tarde la
muerte de la niña.
Constituye una satisfacción para el historiador
recoger testimonios sobre la poderosa y saludable
impresión que causaba la persona de don Bosco en
quien se acercaba a él o simplemente lo veía; pues
la repetición de semejantes testimonios de diversa
procedencia y en diversos tiempos es una
confirmación continua de su incontestable
superioridad como hombre y de su espiritual altura
como santo. Aquel año estudiaba filosofía en Roma
el clérigo Peri-Morosini, que alcanzó mas tarde el
episcopado y llegó a ser administrador apostólico
del Cantón Tesino (Suiza). Pues bien, iba de paseo
una tarde con sus compañeros y, al atravesar la
plaza de San Luis de los Franceses, vieron
((**It14.479**)) la
humilde figura de un sacerdote, en el que algunos
reconocieron a don Bosco y lo dijeron a los demás.
Nuestro cleriguito, sin parar mientes en el
reglamento, que prohibía salirse de las filas,
corrió a él, le saludó y le besó la mano.
-Huelga contar mi impresión, narró él siendo ya
Obispo, en una solemne velada conmemorativa de don
Bosco en Ascona 1. Yo pensé: don Bosco es un
retrato vivo del carácter del Nazareno: dulce,
manso, bueno, humilde, modesto. íAsí, así debía de
ser Jesús!
1 Bollettino Salesiano, julio 1908.
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