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hermano del inolvidable don Domingo Ruffino.
Después de salir del Oratorio, pasó una serie de
peripecias, hizo de maestro en diversos ((**It14.474**))
lugares, hasta que el nostálgico recuerdo de la
vida, transcurrida a la sombra del santuario de
María Auxiliadora, lo devolvió a don Bosco en
septiembre de 1880.
Mi querido Santiago Ruffino:
Tu carta me ha proporcionado una verdadera
satisfacción. Siempre te aprecié mucho, y ahora
que deseas volver al antiguo nido, se despiertan
en mí las añoranzas del pasado, las relaciones
confidenciales tenidas, el buen recuerdo del
pasado, etc. Por eso, cuando tú te decidas a
hacerte Salesiano, no tienes más que venir al
Oratorio y decirme: -Aquí tiene usted el mirlo que
vuelve a su nido. Lo demás será todo como era y
como tú sabes.
Pero deseo que tu venida no cree dificultades a
tus actuales Superiores y, por tanto, si es
preciso que difieras tu venida a Turín por algún
tiempo, hazlo en buena hora, con tal que esto no
acarree ningún daño a tu alma.
Yo estaré en el Oratorio a finales de mes y
allí te espero como padre, con ansias de volver a
tener a su hijo. Allí hablaremos de lo que haga
falta.
Dios te bendiga, queridísimo Ruffino, y ruega
por mí que fue y seré siempre tuyo en J. C.
Roma, 17 de abril de 1880, Torre de'Specchi,
36.
Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
La sexta carta, escrita al Director de la casa
de Marsella, es una prueba más de que, en el
corazón paternal de don Bosco, nunca se disociaba
la preocupación por los grandes intereses comunes
de la minuciosa atención a las necesidades
individuales de cada uno.
Mi querido Bologna:
Pasado mañana salgo de Roma y por eso te
adjunto algunas cartas que tú pondrás en un sobre
y entregarás a los interesados.
El Padre Santo, como ya te habrán dicho, envía
una bendición especial para ti, para nuestros
queridos muchachos, para todos nuestros
bienhechores y hermanos, sin excluir a Borghi y
Bernard, que harán poco si no se hacen santos.
Es preciso que hables a menudo y con
familiaridad a don Anacleto Ghione y a don Pirro.
Son dos buenas personas, harás de ellos lo que
quieras, pero hay que manejarlos como se hace con
la pasta.
Don Miguel Rúa me escribe que necesita
absolutamente dinero. Le he ((**It14.475**))
enviado algo, pero no tiene ni para catarlo.
Envíale lo que puedas. Podías entregar sólo
veinticinco mil francos al empresario, contando
los seis mil ya entregados. Ahora la cosa está
hecha. Parece que el señor Cura párroco ya ha
recogido algo. Pero tú procede con mucha prudencia
y paciencia. Puedes aducir el motivo de que don
Miguel Rúa ha hecho una deuda de quince mil
francos para Beaujour, etc. He escrito, y sigo
escribiendo, y todos me prometen limosnas para San
León.
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