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de plazas gratuitas en el colegio, aunque se
concedió a los donantes la facultad de presentar a
los muchachos que ((**It14.429**)) debían
ocuparlas, se dejó en todos los casos plena
libertad al director 1.
La tarde de la partida de Marsella, que fue el
día 22 de febrero, el patio y los corredores de la
casa estaban repletos de gente, que esperaba
todavía decirle alguna cosa. Una señora, de aire y
atuendo distinguido, con tal de poder hablarle, se
escondió tras una puerta que, por una escalera de
madera conducía al dormitorio de los muchachos y
tuvo la constancia de permanecer en aquel
escondite desde las seis de la mañana hasta las
seis de la tarde, saliendo solamente un momento,
hacia el mediodía, para ir a comprar un trozo de
pan.
<>.
Más conmovedor es el caso de una pobre mujer
del pueblo. Acurrucada desde la mañana en un
rincón de la antesala, se apoyaba contra la pared,
con un niño pálido, inmóvil y ciego, en los
brazos. La pobre mujer, resignada y llena de fe,
esperaba su turno para presentarse a don Bosco. El
ir y venir de los visitantes era continuo; a los
que salían, les sucedían otros nuevos sin
interrupción. La natural timidez le impedía
adelantarse y hacer valer sus derechos ante
personas de respeto; algún intento le había
fallado, pues había tenido que retroceder empujada
por el gentío. Tocaban las once cuando llegó el
párroco de San José para acompañar a don Bosco a
comer en casa de la señora Prat. Al pasar el
Beato, todos se apiñaron a su alrededor, de modo
que ella, viendo la imposibilidad de abrirse paso,
no se movió. Cuando salió don Bosco, se le acercó
su marido, que le llevaba algo para comer. Allí se
quedó todavía otras dos horas firme en su puesto y
en silencio. Pero don Juan Cagliero la había visto
y sintió viva compasión por ella.
Al reaparecer don Bosco, se adelantó; pero
((**It14.430**)) la
apretada barrera de personas la detuvo. El Siervo
de Dios se retiró a su habitación y la mujer a su
rinconcito. He aquí, por fin, que don Bosco salió
fuera en plan de viaje. Unas trescientas personas
que obstruían todo acceso, se disputaban el
espacio. Para la pobrecita, irse don Bosco
significaba perder toda esperanza. Parecía la
imagen del dolor. En aquel momento la mirada de
don Juan Cagliero cayó sobre ella y dijo:
1 Creemos útil presentar a los lectores, como
ejemplo y para información, el acta de la primera
sesión, omitiendo las partes de pura formalidad
(Ap. doc. núm. 50).
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