((**Es14.365**)que
apareció en dos artículos, los días 23 y 24 de
febrero, y decía:
<>.
El Beato explicó la finalidad de su obra, de
auxiliar a la juventud en peligro. Narró los
caminos y maneras con que había ido actuando y
actuaba este pensamiento desde 1841; habló de los
resultados obtenidos; expuso después lo que había
hecho y lo que quedaba por hacer en las casa de
Saint-Cyr y La Navarre. Refiriéndose al afecto que
los ex alumnos tenían hacia su padre, contó un
episodio muy reciente. Un antiguo alumno del
Oratorio de Turín, que se había establecido en
Barcelona, al enterarse del viaje de don Bosco, no
había podido resistir al deseo o, mejor, a la
necesidad de volver a ver a su querido bienhechor
y, cruzando el mar, se había presentado en
Marsella, feliz de entretenerse un rato con él,
después de tanto tiempo, para darle cuenta de sí y
de sus cosas.
-He permanecido fiel, decía, a sus buenos
consejos y enseñanzas y me siento muy feliz. Me he
casado, mis negocios marchan bastante bien y no
pido más al Señor. He querido ver una vez más a mi
buen Padre, pedirle su bendición para mí, para mi
esposa y mis hijos, y abrirle una vez más mi
conciencia en confesión, como lo hacía, con tanto
gozo para mi corazón, hace treinta y cinco años.
Por fin, expuso don Bosco la historia de la
fundación de Marsella. El había venido aquí en
1876. Había visto por las calles multitud de
muchachos vagabundos. Habló del asunto con el
párroco de San José, y acordaron que era necesario
socorrer a tanta pobre juventud en el cuerpo y en
el alma. >>Cómo conseguirlo? Fueron a consultar al
Obispo, y no pasó mucho tiempo hasta quedar
establecida la obra de la calle Beaujour, sólo
Dios sabe con qué medios; pero ((**It14.425**)) podía
asegurarse que la Providencia había abierto sus
manos inagotables. Puso de relieve cómo la obra
merecía mucha ayuda, dado su carácter de utilidad
general; por lo que era preciso que todos
colaborasen.
Terminó con una anécdota. Una tarde de aquel
invierno, al salir don Bosco del Oratorio de San
León, se topó por la calle solitaria con un
muchachote, que metía miedo el solo hecho de verlo
y, al mismo tiempo, daba pena. Le dirigió la
palabra y según su costumbre repitió el diálogo
ante el auditorio:
(**Es14.365**))
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