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((**Es14.362**) socorrer, se le puede presentar sin ruborizarse una cifra, incluso grande, de deudas, y el otro, si no paga todo lo que se necesita, siempre dara unos miles en lugar de cientos de liras. En este caso, le toca a él no retirar con vergüenza la propia oferta de ayuda. El dinero, pues, llegó y en cantidad suficiente para pagar las deudas atrasadas, para estipular el contrato del terreno adyacente a la casa Beaujour, para arreglar los asuntos de Saint-Cyr y de La Navarre y para que don Angel Savio, que había terminado la primera parte del edificio, emprendiese la construcción de la otra y la elevación del cuerpo central, sin temor de quedar a medias por falta de dinero.Todo ello sorprendía, como también sorprendía ver a don Bosco, en medio de toda aquella gente, hablar siempre atrevidamente en francés y mostrar tanto ánimo en todo. A pesar del trabajo de las audiencias, su salud parecía bastante buena. Pero no le faltaban molestias. Después de las oraciones de la noche, se entretenía con gusto y aun largo tiempo conversando cuando era aquél el único tiempo que tenía libre. Una tarde confió a don Anacleto Ghione que, por la mañana ((**It14.421**)) al levantarse, sufría mucho. Esto tenía que ser en el acto de ponerse las medias elásticas que usaba, debido a las varices. Aquellos hermanos, dándose cuenta de que ya las tenía gastadas, le compraron otro par. Ordinariamente le ayudaba don Joaquín Berto a quitárselas y a ponérselas; si tenía que hacer este menester, sin ayuda de otro, aumentaban sin duda sus sufrimientos. Una vez don Joaquín Berto, movido a compasión, al ver el estado de aquellas pobres piernas, le besó los pies. -íHas besado los pies de Judas!, le dijo don Bosco con acento de profunda humildad 1. En qué condición tenía las piernas lo pudo comprobar suficientemente don Domingo Belmonte, siendo director de Sampierdarena, como lo contó en el primer año de su directorado al predicador de la cuaresma en la parroquia 2. Un día llegó el Beato a Sampierdarena, de regreso de su visita a las casas de la <>; y aprovechó don Domingo Belmonte la ocasión para decirle que se sentía tan cansado que no podía más. -íYa no puedo continuar viviendo así, concluyó; nunca tengo un momento de descanso! Por toda respuesta, el buen Padre se inclinó un poco hacia el 1 Así lo escribe don Joaquín Berto en una nota que esta en nuestros archivos. 2 Carta del canónigo Santiago Gesnino a don Juan Bautista Lemoyne, Génova, 23 de marzo de 1891. (**Es14.362**))
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