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socorrer, se le puede presentar sin ruborizarse
una cifra, incluso grande, de deudas, y el otro,
si no paga todo lo que se necesita, siempre dara
unos miles en lugar de cientos de liras. En este
caso, le toca a él no retirar con vergüenza la
propia oferta de ayuda.
El dinero, pues, llegó y en cantidad suficiente
para pagar las deudas atrasadas, para estipular el
contrato del terreno adyacente a la casa Beaujour,
para arreglar los asuntos de Saint-Cyr y de La
Navarre y para que don Angel Savio, que había
terminado la primera parte del edificio,
emprendiese la construcción de la otra y la
elevación del cuerpo central, sin temor de quedar
a medias por falta de dinero.Todo ello sorprendía,
como también sorprendía ver a don Bosco, en medio
de toda aquella gente, hablar siempre
atrevidamente en francés y mostrar tanto ánimo en
todo.
A pesar del trabajo de las audiencias, su salud
parecía bastante buena. Pero no le faltaban
molestias. Después de las oraciones de la noche,
se entretenía con gusto y aun largo tiempo
conversando cuando era aquél el único tiempo que
tenía libre. Una tarde confió a don Anacleto
Ghione que, por la mañana ((**It14.421**)) al
levantarse, sufría mucho. Esto tenía que ser en el
acto de ponerse las medias elásticas que usaba,
debido a las varices. Aquellos hermanos, dándose
cuenta de que ya las tenía gastadas, le compraron
otro par. Ordinariamente le ayudaba don Joaquín
Berto a quitárselas y a ponérselas; si tenía que
hacer este menester, sin ayuda de otro, aumentaban
sin duda sus sufrimientos. Una vez don Joaquín
Berto, movido a compasión, al ver el estado de
aquellas pobres piernas, le besó los pies.
-íHas besado los pies de Judas!, le dijo don
Bosco con acento de profunda humildad 1.
En qué condición tenía las piernas lo pudo
comprobar suficientemente don Domingo Belmonte,
siendo director de Sampierdarena, como lo contó en
el primer año de su directorado al predicador de
la cuaresma en la parroquia 2. Un día llegó el
Beato a Sampierdarena, de regreso de su visita a
las casas de la <>; y aprovechó don
Domingo Belmonte la ocasión para decirle que se
sentía tan cansado que no podía más.
-íYa no puedo continuar viviendo así, concluyó;
nunca tengo un momento de descanso!
Por toda respuesta, el buen Padre se inclinó un
poco hacia el
1 Así lo escribe don Joaquín Berto en una nota
que esta en nuestros archivos.
2 Carta del canónigo Santiago Gesnino a don
Juan Bautista Lemoyne, Génova, 23 de marzo de
1891.
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