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dijo que su fortuna era tal que le permitía hacer
aquellas limosnas y otras más: don Bosco insistió,
notando que verdaderamente Marsella tenía tantas
necesidades que daba ocasión a toda clase de
caridad. En conclusión, por mucho que la buena
señora se ingeniaba por arrancarle una palabra,
referente a sus propias necesidades, nunca lo
consiguió. Al fin, se despidió don Bosco dejándola
sorprendida e incierta sobre lo que debía pensar
de aquella manera de proceder. La dama, fuera de
sí por la maravilla, manifestó sus impresiones al
párroco. íElla con tantos deseos de ayudar y don
Bosco no pedirle nada! El párroco le aclaró el
enigma, diciéndole que hubiera debido ser ella
misma quien introdujera el tema, ya que don Bosco
no pedía. Al oír esto, le rogó que le obtuviese
otra entrevista con él.
A la mañana siguiente, don Bosco y el párroco
volvieron de nuevo a aquella casa. Reanudó la
señora la conversación sobre la caridad, pero no
hubo manera de arrancar al Beato una palabra sobre
su necesidad de ayuda. Estaba ya a punto de irse,
como el día anterior, cuando ella rompió el hielo
preguntando:
->>Y usted, don Bosco, no necesita nada?
-Yo, contestó él sonriendo, he menester de
todo.
->>Y por qué no habla de ello?
-La Providencia conoce mis necesidades.
->>Y si la Providencia me hubiese elegido a mí
para socorrerle?
-í Le quedaría muy agradecido!
->>Cuáles son sus necesidades?
-Muchas y graves. Tenemos deudas por
construcciones hechas... y nos quedan
construcciones por hacer...
->>A cuánto asciende su deuda por las
construcciones?
((**It14.420**)) -Ahora
mismo, incontinenti, no sabría decirle.
-Bien; averígüelo.
-Consultaré a mi arquitecto.
-Y yo seré feliz ayudándole.
Se separaron con este acuerdo. Don Bosco no
tardó en enviar la cuenta, que ascendía a sesenta
mil francos. La señora Prat se comprometió a pagar
todo, en varios plazos, antes de fin de año.
En este punto, ya fuese por experiencia, ya
fuera por intuición natural, don Bosco tenía
cierta manera de ver particular. El razonaba así:
-Cuando se pide abiertamente la limosna, se
reciben diez, veinte, cincuenta liras y no más; y
el que dio una vez raramente da la segunda,
convencido de que el socorrido tiene que quedar
satisfecho. En cambio, cuando es el bienhechor
quien pregunta en qué medida puede
(**Es14.361**))
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