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A la mañana siguiente eran esperados en Tolón
para visitar la escolanía, que querían poner bajo
la dirección de los salesianos; pues, en ciertos
lugares, las escolanías eran verdaderos seminarios
menores. La visita fue larga y minuciosa. El
Siervo de Dios bendijo a una señorita gravemente
enferma, que curó casi repentinamente y aún vivio
cinco años más.
Ignoramos las circunstancias del hecho; sólo
sabemos que, como consecuencia de lo ocurrido, una
tía de la agraciada, se convirtió, mientras vivió,
en celosísima cooperadora salesiana 1.
Como la visita se alargaba más de 10 previsto,
dijo don Bosco en voz baja al secretario que
buscase una fonda donde ir a comer algo; pero
aquellos señores, por exceso de cortesía, no se
separaron un momento de su lado y quisieron, por
último, acompañarlos hasta la estación, adonde
llegaron apenas con tiempo para tomar el tren, que
les debía llevar a HyŠres. A los estímulos del
hambre, se añadieron aquí otros contratiempos,
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sometieron a dura prueba la paciencia. Era de
noche. Debía esperarles el coche del conde de
Buttigny, pues le habían enviado un telegrama,
desde Tolón, y otro don Pedro Perrot, desde La
Crau, anunciando la llegada. Don Bosco, segurísimo
de encontrar el coche, dejó escapar los ómnibus,
tanto más cuanto que, a cierta distancia,
brillaban dos faroles como los que se encienden a
los lados de los coches. La ciudad de HyŠres dista
de la estación unos veinte minutos a pie. Nuestros
viajeros se encaminaron hacia los faroles, que
después de unos diez pasos, se apagaron uno tras
otro, de improviso. Eran los faroles de gas que
iluminaban la puerta de acceso a la estación.
>>Qué hacer? No quedaba más remedio que seguir
a pie. Como allí había llovido durante todo el día
el barro llegaba a los tobillos; además caminaban
a oscuras y las maletas pesaban lo suyo. Haciendo
de tripas corazón, se encaminaron in nomine
Domini. Cuando los brazos doloridos por el
esfuerzo no aguantaban el peso de las maletas, las
dejaban sobre los guardacantones o sobre algún
montón de grava y se paraban unos minutos;
entonces don Bosco contaba alguna graciosa
historieta, para que su compañero contara otras de
su repertorio. Y así llegaron a HyŠres, cuando y
como pudieron. Encontráronse allí con una mujer y
le preguntaron dónde vivía el señor Buttigny; pero
la pobrecita, que era de Cúneo, no supo qué
contestar. Entraron en un café donde esperaban ser
informados; pero les dijeron que había en la
ciudad tres familias Buttigny. Andaban así
desorientados por las calles
1 Carta de la señora J. Thomas a don Miguel
Rúa, Tolón, 8 de febrero de 1888.(**Es14.36**))
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