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((**Es14.36**) A la mañana siguiente eran esperados en Tolón para visitar la escolanía, que querían poner bajo la dirección de los salesianos; pues, en ciertos lugares, las escolanías eran verdaderos seminarios menores. La visita fue larga y minuciosa. El Siervo de Dios bendijo a una señorita gravemente enferma, que curó casi repentinamente y aún vivio cinco años más. Ignoramos las circunstancias del hecho; sólo sabemos que, como consecuencia de lo ocurrido, una tía de la agraciada, se convirtió, mientras vivió, en celosísima cooperadora salesiana 1. Como la visita se alargaba más de 10 previsto, dijo don Bosco en voz baja al secretario que buscase una fonda donde ir a comer algo; pero aquellos señores, por exceso de cortesía, no se separaron un momento de su lado y quisieron, por último, acompañarlos hasta la estación, adonde llegaron apenas con tiempo para tomar el tren, que les debía llevar a HyŠres. A los estímulos del hambre, se añadieron aquí otros contratiempos, ((**It14.32**)) que sometieron a dura prueba la paciencia. Era de noche. Debía esperarles el coche del conde de Buttigny, pues le habían enviado un telegrama, desde Tolón, y otro don Pedro Perrot, desde La Crau, anunciando la llegada. Don Bosco, segurísimo de encontrar el coche, dejó escapar los ómnibus, tanto más cuanto que, a cierta distancia, brillaban dos faroles como los que se encienden a los lados de los coches. La ciudad de HyŠres dista de la estación unos veinte minutos a pie. Nuestros viajeros se encaminaron hacia los faroles, que después de unos diez pasos, se apagaron uno tras otro, de improviso. Eran los faroles de gas que iluminaban la puerta de acceso a la estación. >>Qué hacer? No quedaba más remedio que seguir a pie. Como allí había llovido durante todo el día el barro llegaba a los tobillos; además caminaban a oscuras y las maletas pesaban lo suyo. Haciendo de tripas corazón, se encaminaron in nomine Domini. Cuando los brazos doloridos por el esfuerzo no aguantaban el peso de las maletas, las dejaban sobre los guardacantones o sobre algún montón de grava y se paraban unos minutos; entonces don Bosco contaba alguna graciosa historieta, para que su compañero contara otras de su repertorio. Y así llegaron a HyŠres, cuando y como pudieron. Encontráronse allí con una mujer y le preguntaron dónde vivía el señor Buttigny; pero la pobrecita, que era de Cúneo, no supo qué contestar. Entraron en un café donde esperaban ser informados; pero les dijeron que había en la ciudad tres familias Buttigny. Andaban así desorientados por las calles 1 Carta de la señora J. Thomas a don Miguel Rúa, Tolón, 8 de febrero de 1888.(**Es14.36**))
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