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rezaría por la conversión del esposo y por la
curación del hijo; pero le recomendó que rezara
ella también, haciendo la acostumbrada novena a
María Auxiliadora.
Cuando volvió a casa dijo la señora a su marido
que había visto a don Bosco. Aquél se enojó, montó
en cólera y gritaba que don Bosco era un cura y él
no creía en los curas. Con sus palabras mezclaba
blasfemias contra Dios e imprecaciones contra la
mujer. Cuando se calmaron las furias, sentáronse a
comer. En el curso de la conversación, dijo la
señora que había recomendado a don Bosco la
curación del hijo; pero el otro se encogió de
hombros. Pues bien, en aquel momento, gritó de
repente el pequeñín.
-íPapa, papá!
Era la primera vez que oían su voz. El padre
emocionado, pero no vencido, se enterneció, se
levantó de la mesa y se encerró en su habitación A
la mañana siguiente, fue a visitar a don Bosco y
le declaró francamente que le repugnaba prestar fe
a los sacerdotes.
-íOh!, le respondió don Bosco; si no me quiere
como sacerdote, míreme como amigo.
Después, poquito a poco, fue iluminándolo hasta
que aquél, que ya tenía el corazón alborotado con
el portento del día anterior, se rindió, movido
también por la bondad de su interlocutor. En
conclusión, la conversación acabó con la confesión
del incrédulo, que puso en sus manos una generosa
limosna al despedirse.
Se guarda todavía el recuerdo de singulares
intuiciones y verdaderas profecías. Es gracioso lo
que le sucedió a la viuda Ponge. Presentó la
señora a don Bosco sus dos hijos, para que los
bendijese; ((**It14.415**)) quería
después explicarle cómo uno le daba grandes
disgustos, pero el Beato, sin darle tiempo a
manifestar su pensamiento, puso la mano
precisamente sobre el hombro del díscolo,
diciéndole:
-íEa, Carlos, has de ser el consuelo de vuestra
buena madre!
Nadie le había dicho a don Bosco el nombre del
muchacho ni hablado de su conducta. El muchacho
quedó tan impresionado que, como consta en el
documento de nuestros archivos, jamás volvió a dar
a su madre ningún motivo de queja.
A una enferma le predijo el término de su mal,
pero en un sentido que, de buenas a primeras, no
fue entendido. Fue un dí a al colegio de las
religiosas del Sagrado Corazón y le rogaron que
visitara a una Hermana, que padecía mucho de los
ojos, la cual le suplicó que la curase.
-Sí, sí, contestó sonriendo; pasado mañana vera
usted cosas muy hermosas.
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