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((**Es14.348**) que fueron recibidos y obsequiados en la hospitalaria casa del señor De Bouting; acompañaron después a don Bosco, que volvió a la iglesia para la misa solemne, cantada por ellos. Interpretaron la partitura de Cagliero, dedicada a San Luis. Por la tarde después de vísperas, en las que cantaron los muchachos el Dixit Dominus y el Magníficat, también de Cagliero, subió al púlpito el abate Isnard, vicepárroco de SolliŠs-Pont y celoso Cooperador, el cual habló, ante una muchedumbre extraordinaria, de las obras y de las misiones salesianas. Acabado el sermón, se hizo una colecta en favor de la casa de San José que alivió un poco las míseras condiciones económicas del padre Perrot. Al final de la función se rogó a don Bosco que pasara a la sacristía, donde todos los sacerdotes del lugar y algunos de los alrededores lo rodearon, considerándose afortunados por oír de ((**It14.404**)) sus labios una buena palabra. Uno le pedía consejo, otro quería un recuerdo, éste imploraba una bendición. Era una escena conmovedora de humildad y de fe. El lunes por la mañana, después de celebrar la misa para los Cooperadores, dio una breve conferencia. -íQué valor, decía después al padre Perrot riendo, qué valor tiene don Bosco! Ponerse a hablar en francés a gente tan culta y estar hablando durante un cuarto de hora! No obstante, sus sencillas palabras gustaron a aquellos señores y señoras, que estaban pendientes de sus labios sin perder sílaba. A eso de las once, salió con don José Ronchail hacia Tolón, mientras don Pedro Perrot volvía a La Navarre, desde donde el día 21 escribía a don Miguel Rúa: <<íHay que ver cuántas molestias, cuántos trabajos se toma este buen Padre por sus hijos! íQué agradecidos debemos estar al Señor por habérnoslo dado! íDe qué buena gana se trabaja siguiendo el ejemplo de un Padre incansable, y qué dulces son los esfuerzos que hay que hacer para observar con exactitud y con verdadero espíritu nuestras santas Reglas, para mostrarnos dignos hijos suyos!>>. En la estación de La Pauline había que cambiar de tren. Se apearon, y un señorito, de unos veinte años, se les acercó y dijo al secretario: -C'est bien le Révérendissime PŠre Don Bosco que j'ai l'honneur de voir ici... (Es ciertamente el Reverendísimo Padre Don Bosco, a quien tengo el honor de ver aquí... ). Ante la respuesta afirmativa agarró amablemente su pequeño equipaje y los acompañó hasta un coche, que tenía un escudo de (**Es14.348**))
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