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que fueron recibidos y obsequiados en la
hospitalaria casa del señor De Bouting;
acompañaron después a don Bosco, que volvió a la
iglesia para la misa solemne, cantada por ellos.
Interpretaron la partitura de Cagliero, dedicada a
San Luis. Por la tarde después de vísperas, en las
que cantaron los muchachos el Dixit Dominus y el
Magníficat, también de Cagliero, subió al púlpito
el abate Isnard, vicepárroco de SolliŠs-Pont y
celoso Cooperador, el cual habló, ante una
muchedumbre extraordinaria, de las obras y de las
misiones salesianas. Acabado el sermón, se hizo
una colecta en favor de la casa de San José que
alivió un poco las míseras condiciones económicas
del padre Perrot.
Al final de la función se rogó a don Bosco que
pasara a la sacristía, donde todos los sacerdotes
del lugar y algunos de los alrededores lo
rodearon, considerándose afortunados por oír de
((**It14.404**)) sus
labios una buena palabra. Uno le pedía consejo,
otro quería un recuerdo, éste imploraba una
bendición. Era una escena conmovedora de humildad
y de fe.
El lunes por la mañana, después de celebrar la
misa para los Cooperadores, dio una breve
conferencia.
-íQué valor, decía después al padre Perrot
riendo, qué valor tiene don Bosco! Ponerse a
hablar en francés a gente tan culta y estar
hablando durante un cuarto de hora!
No obstante, sus sencillas palabras gustaron a
aquellos señores y señoras, que estaban pendientes
de sus labios sin perder sílaba. A eso de las
once, salió con don José Ronchail hacia Tolón,
mientras don Pedro Perrot volvía a La Navarre,
desde donde el día 21 escribía a don Miguel Rúa:
<<íHay que ver cuántas molestias, cuántos
trabajos se toma este buen Padre por sus hijos!
íQué agradecidos debemos estar al Señor por
habérnoslo dado! íDe qué buena gana se trabaja
siguiendo el ejemplo de un Padre incansable, y qué
dulces son los esfuerzos que hay que hacer para
observar con exactitud y con verdadero espíritu
nuestras santas Reglas, para mostrarnos dignos
hijos suyos!>>.
En la estación de La Pauline había que cambiar
de tren. Se apearon, y un señorito, de unos veinte
años, se les acercó y dijo al secretario:
-C'est bien le Révérendissime PŠre Don Bosco
que j'ai l'honneur de voir ici... (Es ciertamente
el Reverendísimo Padre Don Bosco, a quien tengo el
honor de ver aquí... ).
Ante la respuesta afirmativa agarró amablemente
su pequeño equipaje y los acompañó hasta un coche,
que tenía un escudo de
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