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-Tome, pues...
-Sobra la limosna. La celebraré igualmente
según su intención.
-No, tome; hágame el favor.
-Si es así, la acepto.
La señora le entregó un sobre con diez liras y
se retiró visiblemente conmovida. Desde aquel día
siempre que don Bosco pasaba por allí, ella,
enterada ya de ((**It14.399**)) quién
era, le daba diez liras de limosna para la
celebración de una misa. El año de la exposición
nacional en Turín, entró don Bosco en el recinto
y, al pasar delante de un restaurante, oyó que le
saludaba una señora: era la dueña del café de
Ventimiglia, que se dio a conocer y le pidió que
le permitiera hacerle una visita en el Oratorio.
-Con mucho gusto, le contestó don Bosco. Pero
en esta época estoy siempre fuera de casa y va a
ser difícil que me encuentre.
Fue, en efecto, la señora varias veces, pero
nunca pudo encontrarlo. Quería hablarle para
colocar a su hijo en el colegio de Alassio y
deseaba obtener la admisión del mismo don Bosco.
La amabilidad de don Bosco era realmente
encantadora. Un sacerdote del Cantón Tesino
(Suiza), don Santiago Cavalli, escribiendo el 5 de
enero desde Rasa a don Miguel Rúa, concluía su
carta con estas afectuosas expresiones:
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