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Chambéry, apurada ante semejante oposición, pensó
en sor Clementina y un día la llamó y le dijo a
quemarropa:
->>Iría usted a las misiones? Sorprendida la
religiosa por semejante pregunta, contestó que, si
su enfermedad la dejaba, iría de mil amores.
La Superiora no le dijo más. Enardecióse en
ella el deseo y el azoramiento natural de quien se
ve a punto de alcanzar algo tanto tiempo ansiado
en vano, y presa de la mayor agitación, fue a la
capilla a pedir a don Bosco que la ayudara en un
trance tan decisivo. Hacía media hora que rezaba,
cuando la Superiora se le acercó con un telegrama
del Delegado, el cual habiéndosele pedido su
beneplácito para una monja italiana, respondía
afirmativamente.
Ante tal noticia, sor Clementina se alborozó.
Se repuso durante quince días, hizo algunos
preparativos y partió. Volvió a Turín en 1891 para
visitar a su familia y regresar a su puesto. En
esta ocasión, contó a don Domingo Belmonte la
profecía de don Bosco y concluyó diciendo:
-Ahora me siento completamente feliz. La salud
me permite cumplir todas mis obligaciones. Tengo
conmigo cuarenta hermanas y cincuenta enfermos. En
nuestro hospital, los médicos protestantes prestan
de buen grado sus servicios.
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También hizo don Bosco una predicción, no ya a una
monja, sino a la comunidad turinesa de las
Hermanas de Santa Ana. Estas religiosas habían
sido invitadas a abrir una casa en Roma; pero no
se decidían a ir, por miedo a no encontrar allí
ayuda y ambiente. Quisieron consultar antes a don
Bosco; y éste les dijo resueltamente que fueran.
Contestaron que carecían de medios para hacer
semejante fundación.
-Vayan tranquilas, replicó don Bosco; no pasará
mucho tiempo sin que tengan una gran casa.
Confiando en su palabra, fueron y se alojaron
en una paupérrima casa, donde vivieron unos años
con muchas privaciones, hasta que dos nobles
señoras romanas, encariñadas con el instituto,
tomaron el hábito, llevando como dote, además de
un importante capital, un magnífico edificio, cuya
propiedad cedieron a la Congregación en 1884.
Cuando las Hermanas trasladaron allí su
residencia, casi no se atrevían a establecerse en
él, porque les parecía que no se conciliaba tanta
grandiosidad con la pobreza evangélica.
Otras dos predicciones se refieren a dos
Salesianos. Don Segundo Marchisio recordó una
públicamente, en el vigésimo quinto aniversario de
su primera misa, que celebró en 1879. Entonces don
Bosco poniéndole la mano en el hombro le había
dicho:
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