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que había sido párroco de GravŠre, en la diócesis
de Susa, y que se había pasado a la secta de los
Viejos Católicos. Para su reintegración, escribió
de su puño y letra a León XIII.
Beatísimo Padre:
El sacerdote Juan Bosco, postrado a los pies de
V. S., implora humildemente perdón para un hijo
extraviado, que, olvidándose de sí mismo cayó en
el hondo abismo de la impiedad. Se trata del
sacerdote Serafín Machet, de la diócesis de Susa.
Era párroco en el pueblo de GravŠre, mas, por su
reprobable conducta moral, mereció ser expulsado
de la respectiva parroquia. Un abismo le llevó a
otro abismo, y acabó por abrazar la secta llamada
de los viejos católicos. La necesidad de vivir lo
llevó a estos excesos, según él afirma. Se
convirtió en pastor y predicador y fue hecho cura
párroco de Roncourt, Cantón de Berna, en Suiza.
Profesó y predicó la herejía desde el 15 de
diciembre de 1875 hasta el mes de junio del
corriente año 1879.
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Recibido en el Oratorio de San Francisco de Sales,
pide retornar al seno de la Iglesia de Jesucristo
y, desde hace unos meses, ha vuelto a la práctica
de nuestra santa religión.
Ahora, con el consentimiento y en nombre del
Obispo de Susa, se pide la facultad de poderlo
absolver de las reservas, penas y censuras en que
ha incurrido por sus hechos, dispuesto a someterse
a las penitencias y reparaciones de escándalo, que
V. S. juzgue necesarias y oportunas.
Sólo pide, por vía de gracia, que, por ahora,
no se dé publicidad en la prensa de su
retractación, por el único motivo de que se
produciría con ello demasiado alboroto y podría
molestar a algunos de sus desgraciados antiguos
colegas, que también desean, como él, volver a la
verdad.
Esperando la gracia, se profesa de V. S.
Reconocido hijo
JUAN BOSCO, Pbro.
La respuesta le llegó a primeros de diciembre,
por medio de monseñor Angel Jacobini, asesor del
Santo Oficio, a cuyo tribunal había sido enviada
la instancia, por trámite de la Secretaría de
Estado; pero de esta respuesta sólo se deduce que,
examinada la petición, aquella sagrada
Congregación había comunicado al Obispo de Susa
las medidas a tomar; por tanto, que don Bosco se
pusiera de acuerdo con dicho Ordinario.
Un pensamiento tranquilizador para don Bosco
eran las oraciones que a diario elevaban en el
Oratorio sus muchachos a María Auxiliadora y sus
numerosas comuniones. Sentía él que, con esto,
poseía un constante tesoro espiritual, al que
podía recurrir confiado, para obtener del cielo
las gracias que necesitaba al dilatarse su ardua
misión y para pagar las deudas, que había
contraído con sus bienhechores. Cuán
(**Es14.329**))
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