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mucho su celebridad el hecho del rey Arduino que,
cansado de las luchas políticas, buscó allí la
paz, vistiendo al hábito de san Benito y
perseverando hasta el fin de sus días en la
austeridad de la regla claustral. Su recuerdo, no
sepultado entre las ruinas del tiempo, sobrevive
todavía, después de nueve largos siglos, en las
tradiciones populares.
A fines del siglo XV comenzó la decadencia, que
coincidió con la erección de la abadía en
encomienda 1. El nombramiento de los abades
comendatarios continuó también cuando ya no había
monjes y las últimas tierras abaciales habían sido
absorbidas por los duques de Saboya. El último
abad comendatario, nombrado para el gobierno
espiritual de los abaciales, fue el célebre
cardenal Amadeo de las Lanzas, que murió en 1738,
y dejó vivo recuerdo de su persona por su
esplendidez de gran señor y su celo de buen
prelado. Después de él el territorio abacial fue
anexionado a la diócesis de Ivrea. El golpe final
partió de la ley del 15 de agosto de 1865, en
virtud de la cual las rentas, que quedaban,
pasaron a la administración del fondo para el
culto, y los bienes al patrimonio del Estado.
Finalmente, en 1877, un decreto regio declaró
monumento nacional el palacio abacial, que el
tesoro del Estado cedió al ayuntamiento para su
uso y custodia. Estas eran, pues, las condiciones
jurídicas del sagrado lugar, cuando se trató de
cederlo a don Bosco.
((**It14.330**)) La
idea de llamarlo a este lugar partió del párroco
Benone, que, aunque fracasó en un primer intento,
tuvo mejor suerte en el segundo. Hay que decir
antes que, en 1852, los Padres de la Doctrina
Cristiana habían abierto allí un instituto
reconocido por el Estado y que, al mismo tiempo,
un buen sacerdote llevaba en un local contiguo una
escuela sucursal del colegio para los menos
pudientes; pero, en 1867, surgieron ciertas
diferencias con el ayuntamiento y los padres
abandonaron el pueblo y, con ellos, se marchó
también aquel sacerdote. Fue entonces cuando el
teólogo Benone propuso a don Bosco que entrara en
su lugar, para abrir allí un colegio suyo. Don
Bosco contestó que aceptaba muy gustoso la
propuesta; pero que, ante todo, diera el párroco
los pasos para obtener el consentimiento del
Obispo de Ivrea, que era monseñor Moreno. El
párroco, seguro de no encontrar dificultad alguna
para una obra tan buena, se presentó a Monseñor, a
quien, con la familiaridad de viejo amigo, le
expuso el caso.
-Jamás, jamás en absoluto, le dijo su
Excelencia, permitiré a don Bosco establecerse en
mi diócesis.
1 Llamábase encomienda el usufructo de una
abadía concedido por el Papa a persona extraña,
eclesiástica o seglar.
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