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Inmediatamente le llegó, de parte del prosustituto
en la Secretaría de Estado, una encarecida
recomendación para volver atrás de la solución
tomada, devolviendo sin demora a don Pedro
Guidazio a su cargo en el seminario de
Montefiascone, para ahorrar un gran apuro al
Obispo y no causar grave disgusto al Papa.
Teniendo en cuenta las piadosas exageraciones que
aparecían en estos motivos, don Bosco no se volvió
atrás.
ALBANO Y ARICCIA
Tampoco estaban a gusto los hijos de don Bosco
en Albano, ni en Ariccia. Trasladado a la sede de
Ostia y Velletri el cardenal Di Pietro, que los
había llamado y fallecido poco después su sucesor,
el cardenal Morichini, que habían querido a los
Salesianos como a hijos, éstos ya no gozaban de
las simpatías del nuevo Obispo. El Eminentísimo
Morichini les tenía tanto afecto que, habiéndose
accidentado, se hizo llevar a su colegio y quiso
que le subieran en brazos, en un sillón. Llegó
durante la clase de canto; en su presencia se
cantó el Huerfanito de Juan Cagliero; que le
conmovió hasta las lágrimas. Le sucedió el
cardenal D'Hohenlohe, que hizo su entrada oficial
con extraordinaria solemnidad. Al banquete de gala
fue invitado también don José Monateri; pero en la
visita que éste hizo a su Eminencia, acompañado de
otro Salesiano, el recibimiento fue más bien
glacial. Llegó después don Esteban Trione a
saludarle con un novel sacerdote de la diócesis; y
fue recibido bien, pero no le hizo una pregunta,
ni le dijo una sola palabra sobre don Bosco y los
Salesianos. Todo ((**It14.326**))
confirmaba la voz de que estaba prevenido contra
la Congregación. Era partidario de la escuela
rosmininiana y le ligaba estrecha amistad con
Monseñor Gastaldi. Alguien exploró su ánimo para
saber si permitiría a don Bosco abrir un colegio
en Albano, y se manifestó resueltamente contrario.
Además, entre su clero, no podía encontrarse con
quien le hablara favorablemente de los salesianos;
porque aquellos sacerdotes, a más de no haber
mirado nunca con buenos ojos a los buzzurri 1, en
los últimos tiempos, les hacían guerra
solapadamente. El más insignificante incidente
hubiera bastado para producir el estallido y tal
fue una desgraciada bofetada, que el bueno de don
Carlos Montiglio soltó en clase a un importuno
colegial del seminario un día que perdió la
paciencia. Ello dio origen a un altercado, a
chismes y maledicencias
1 Apodo despreciativo, aplicado a los
piamonteses.
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