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a los ojos de los lectores el verdadero autor de
tanto ardor belicoso.
<>.
Contra esta oratoria moralista a lo Catón,
ofreciósele a su antagonista una buena ocasión
para descargar un golpe maestro. La Cronaca había
tomado, en un artículo anterior, la actitud de
quien se dispone a derribar un dragón, que no
tardaría en aparecer. El Corriere del 23 de
noviembre escribía: <>.
Efectivamente, el director de la Cronaca había
sido alumno interno en el colegio de Lanzo y de
Varazze. Arrastrado por la política y caído en
poder de las sectas, se mostró iconoclasta, hasta
aproximarse el ocaso de su vida. Herido, pues, por
el articulito ((**It14.300**)) del
Corriere, intentó poner remedio con una carta,
cuya publicación impuso por ley y en la que decía
haber sido ciertamente alumno de don Bosco en los
mencionados colegios <>, pero haber también abonado en ellas <>.
Verdaderamente un poco de gratitud hubiera sido
una paga mucho mejor; pero permitió la Providencia
que don Bosco probara la amargura de sufrir
semejantes vejámenes por iniciativa de uno de sus
antiguos alumnos 1. Y sirva esto de consuelo a los
educadores, que no saben resignarse ante la
ingratitud de alguno de los que recibieron de
1 Giustina, en el ocaso de su vida, reconoció
sus yerros. Por otra parte, había profesado
siempre gran aprecio de su profesor don Pedro
Guidazio. Recordaba con gusto a otros superiores
suyos; en efecto, cuando se enteraba de que
monseñor Costamagna o monseñor Fagnano estaban en
Turín, iba a visitarlos. Le cerró los ojos don
Juan Bautista Lemoyne. Es verdad que fue
incinerado; pero la cosa sucedió
involuntariamente, porque él olvidó retirar su
nombre de la sociedad de cremación.
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