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sus respectivos caciques. Don Santiago Costamagna,
que se había adelantado en algunos días a sus
compañeros, se entrevistó en seguida varias veces
con aquellos indios, que habitaban a corta
distancia. Los dos jefes le recibieron
cordialmente; es más, el primero le hizo de
intérprete. Con su consentimiento, reunió el
misionero a los muchachos e intentó hacerles
aprender a santiguarse y las verdades
fundamentales de la fe. Cuando llegaron los
compañeros, todos juntos pusieron con entusiasmo
manos a la obra. Administraron el bautismo a los
niños indios y a los hijos de los cristianos,
legalizaron matrimonios y prepararon para abrazar
la fe al mismo hijo mayor del cacique Eripaylá.
Mientras atendían incansables a tan agradable
trabajo, el Ministro de la Guerra les pidió que le
acompañaran hasta el Río Negro, hacia el cual iban
a emprender la marcha dos mil hombres, sin ningún
sacerdote y donde encontrarían todos los indios
que quisiesen, precisamente en los confines
septentrionales de Patagonia. Monseñor Espinosa
pensó que convenía acceder a la invitación.
Fue un viaje de más de treinta días, a lomo de
caballo y entre las.
mayores incomodidades. La columna dispersó dos
grandes grupos de indios, que creyeron poder
impedirles el paso. En el gran día de María
Auxiliadora, don Santiago Costamagna estaba ya a
orillas del Río Negro, mientras los otros dos
cabalgaban todavía por la zona que va desde el Río
Colorado hasta este río. Desgraciadamente tuvieron
que estremecerse muchas veces en silencio, sin
poder protestar, ante las brutalidades de la
soldadesca contra la vida de los indios. Se hizo
una parada en Choele-Choel, en la margen izquierda
del Río Negro, desde donde bajaron a Patagones,
cerca de la desembocadura. Allí descansaron un
poco. íTenían verdadera necesidad de ello! Después
de tanto cabalgar, después de haber sufrido
hambre, sed e insomnio y todas las calamidades,
que acarrean la falta de alimento o la pésima
condimentación, después de inauditos tormentos
causados por un frío glacial, que helaba los
huesos, sin el refugio de una choza o de una
((**It14.288**)) cueva
en las más frías horas de la noche (la última
parte del viaje coincidía allí con el corazón del
invierno), pudieron finalmente proporcionarse
algún alivio, que reparase sus fuerzas y los
repusiese en condición de trabajar.
Por el camino y en las paradas habían
encontrado indios a quienes les habían hecho el
mayor bien posible. Monseñor Espinosa escribió
particularmente sobre la obra de don Santiago
Costamagna en Choele-Choel 1: <(**Es14.250**))
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