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donde estaba encerrada la muchacha y arrancarla de
las garras de la secta negra. En todo este asunto
anda de por medio el nombre de un negro famoso en
la ciudad y, por lo visto, a las artes inicuas de
los acólitos de ese poderoso agitador
obscurantista debe achacarse lo sucedido. íY
estamos en pleno siglo diecinueve! íY las órdenes
claustrales son abolidas por la ley del Estado!
Mientras tanto, cuando estén completamente
esclarecidos los hechos, tendremos informados a
nuestros lectores>>.
Pero el arrogante periódico no pudo ver más la
luz, ni tener informados a ((**It14.264**)) sus
lectores, pues le pasó como a la abeja cuando ha
clavado el aguijón; aquel mismo día murió.
Narraremos antes cómo ocurrieron exactamente
las cosas. Unos judíos riquísimos de Alessandria,
para impedir que una parienta suya se hiciese
cristiana, como parecía desear, la habían obligado
a casarse con un acomodado zapatero de Nizza. El
piadoso deseo de la madre fue, veintitrés años
después, un serio propósito en la hija, cuyo
nombre, Anita Bedarida, tuvo con tal motivo su
cuarto de hora de celebridad. Hacía dos años que
acariciaba en su corazón la idea de recibir el
bautismo, cuando, llegadas a Nizza las Hijas de
María Auxiliadora, su espíritu se orientó hacia
ellas. Algunas jóvenes cristianas la habían
llevado al oratorio de las Hermanas; después ella
comenzó a visitarlas por su cuenta, confiándoles
sus propósitos. El recuerdo de la difunta madre,
bajo cuya almohada, después de muerta, los suyos
habían encontrado un catecismo, la estimulaba al
gran paso. Pero, permaneciendo en su casa, jamás
habría logrado su intento. Así, poco a poco,
planeó una fuga.
Una tarde, pues, fue a la Virgen de las Gracias
y pidió a las Hermanas que no le negaran
hospitalidad, porque no quería volver a vivir con
su familia. Las Hermanas se conmovieron, se
creyeron obligadas a ayudarla y concertaron la
manera. Consultaron al párroco, pero éste,
prudentemente se lavó las manos. Entonces, una
buena familia puso a su disposición su propio
carruaje, en el que Bedarida, con dos Hermanas,
fue a Incisa, donde tomó el tren, que por Nizza la
llevó a Turín. Subir en la estación de Nizza
hubiera sido imprudente por el peligro de que se
dieran cuenta los familiares de la joven. En
Turín, sus compañeras de viaje la presentaron a
sus Hermanas de Valdocco, que la recibieron
amablemente, la tuvieron en casa y le
proporcionaron toda comodidad para instruirse en
las verdades de la fe y en los deberes cristianos.
Los judíos, al enterarse de su fuga, pusieron el
grito en el cielo, movilizaron a sus
correligionarios de Turín y acudieron a la prensa;
de ahí que la agonizante gaceta de Turín La
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