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((**Es14.231**) donde estaba encerrada la muchacha y arrancarla de las garras de la secta negra. En todo este asunto anda de por medio el nombre de un negro famoso en la ciudad y, por lo visto, a las artes inicuas de los acólitos de ese poderoso agitador obscurantista debe achacarse lo sucedido. íY estamos en pleno siglo diecinueve! íY las órdenes claustrales son abolidas por la ley del Estado! Mientras tanto, cuando estén completamente esclarecidos los hechos, tendremos informados a nuestros lectores>>. Pero el arrogante periódico no pudo ver más la luz, ni tener informados a ((**It14.264**)) sus lectores, pues le pasó como a la abeja cuando ha clavado el aguijón; aquel mismo día murió. Narraremos antes cómo ocurrieron exactamente las cosas. Unos judíos riquísimos de Alessandria, para impedir que una parienta suya se hiciese cristiana, como parecía desear, la habían obligado a casarse con un acomodado zapatero de Nizza. El piadoso deseo de la madre fue, veintitrés años después, un serio propósito en la hija, cuyo nombre, Anita Bedarida, tuvo con tal motivo su cuarto de hora de celebridad. Hacía dos años que acariciaba en su corazón la idea de recibir el bautismo, cuando, llegadas a Nizza las Hijas de María Auxiliadora, su espíritu se orientó hacia ellas. Algunas jóvenes cristianas la habían llevado al oratorio de las Hermanas; después ella comenzó a visitarlas por su cuenta, confiándoles sus propósitos. El recuerdo de la difunta madre, bajo cuya almohada, después de muerta, los suyos habían encontrado un catecismo, la estimulaba al gran paso. Pero, permaneciendo en su casa, jamás habría logrado su intento. Así, poco a poco, planeó una fuga. Una tarde, pues, fue a la Virgen de las Gracias y pidió a las Hermanas que no le negaran hospitalidad, porque no quería volver a vivir con su familia. Las Hermanas se conmovieron, se creyeron obligadas a ayudarla y concertaron la manera. Consultaron al párroco, pero éste, prudentemente se lavó las manos. Entonces, una buena familia puso a su disposición su propio carruaje, en el que Bedarida, con dos Hermanas, fue a Incisa, donde tomó el tren, que por Nizza la llevó a Turín. Subir en la estación de Nizza hubiera sido imprudente por el peligro de que se dieran cuenta los familiares de la joven. En Turín, sus compañeras de viaje la presentaron a sus Hermanas de Valdocco, que la recibieron amablemente, la tuvieron en casa y le proporcionaron toda comodidad para instruirse en las verdades de la fe y en los deberes cristianos. Los judíos, al enterarse de su fuga, pusieron el grito en el cielo, movilizaron a sus correligionarios de Turín y acudieron a la prensa; de ahí que la agonizante gaceta de Turín La (**Es14.231**))
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