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al despedirse, trató muy cortésmente a don Juan
Cagliero, que, a su vez, no lo fue menos, pues
rogó le disculpara, si su deber le había obligado
a presentar aquella oposición.
El visitante se encaminó hacia el carruaje que
lo esperaba fuera de la verja, subió a él y ordenó
la marcha rumbo a la ciudad, no sin haber hecho
antes un gesto casi de despecho a un grupito de
señores que esperaban muy distinto resultado.
Estaba allí el fiscal, llegado de Acqui, había un
oficial de los carabineros, con algunos números y
los rodeaban algunos vecinos de Nizza. Estos, en
cuanto comprendieron que no había nada que hacer,
dieron media vuelta y vencidos y abochornados,
regresaron por el camino que el representante del
Gobierno devoraba a todo correr. El comportamiento
del enfurecido teniente de alcalde había dicho
cuál era el motivo de aquella expedición; el hecho
concreto se supo claramente después. Los sectarios
del lugar, molestos por la presencia de tantas
monjas, y más, al ver su afortunado proselitismo,
habían organizado una intriga para hacer impedir
la ceremonia de la toma de hábitos y así poco a
poco obligar ((**It14.263**)) a las
poco gratas huéspedes a cambiar de aires. Pero,
por aquella vez, quedaron corridos y apaleados,
pues, además del gasto para la movilización,
tuvieron que tragarse la vergüenza del fracaso
público ante la parte sana de la población.
Pero también en Nizza se estaba a punto de
renovar la ofensiva contra otra batalla de gran
estilo. Estuvieran o no concertadas y coordinadas
las jugadas, lo cierto es que la doble
coincidencia de lugar, de tiempo y de objetivo nos
impresiona. Aquel mismo día primero de junio, el
periódico, que había publicado el artículo sobre
Lu, ofreció a sus lectores una prosa demagógica
que le habían enviado precisamente de Nizza 1. El
título era prometedor: INFAMIAS CLERICALES. El
artículo es otro documento que prueba cómo la
secta seguía espiando a don Bosco, maquinando la
manera de aniquilarlo. Decía:
<(**Es14.230**))
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